El idioma español lo inventó Franco
El césar Carlos defendió el castellano como lengua sucesora del latín como instrumento del Imperio, y lo hizo en Roma
En 1782, un lorenés llamado Nicolas Masson de Morvilliers, basándose en los tópicos de la tristemente célebre Leyenda Negra, formulaba esta insidiosa pregunta: «Que doit-on à l’Espagne?», o sea «¿Qué se debe a España?» Y proseguía: «Desde hace dos, cuatro, diez siglos, ¿qué ha hecho España por Europa?» La respuesta implícita era, por supuesto, «Nada». Todo ello conmovió los cimientos de la intelectualidad española de la época, a la que pertenecía, entre otros, Juan Pablo Forner, que reaccionó desaforadamente ante afrenta semejante en su Oración apologética por la España y su mérito literario, en la que defiende la supremacía del castellano sobre el francés en la medida en que la lengua de Cervantes sería una lengua más noble y recia que la de Montaigne y menos superficial y meliflua que ésta.
De las muchas aportaciones del genio hispánico a la cultura universal, corroborado hasta la excelencia por los tres grandes mitos literarios que se inventaron en español, o sea, el Quijote, Don Juan y la Celestina (título, por cierto, de un precioso ensayo de Ramiro de Maeztu ad hoc), el idioma español es, con seguridad, la más importante. El césar Carlos defendió el castellano como lengua sucesora del latín como instrumento del Imperio, y lo hizo en Roma, para no dejar dudas al respecto, y lo diría, a no dudar, con el deje flamenco que lo caracterizaba. De modo que se puede amar la lengua castellana desde cualquier rincón de España, y pronunciarla con todos los acentos posibles, que para eso ha florecido en compañía de otras lenguas tan experimentadas en lo literario como el catalán, el gallego y el vascuence. Pero, por favor, que nadie piense que el español es un invento del franquismo. Es nuestra lengua, la lengua de todos, según la Constitución vigente, y, por si no bastaran el derecho, la historia y la costumbre, es, además, la principal respuesta a la insidiosa pregunta de Morvilliers. «¿Qué se debe a España?» Ni más ni menos que la lengua de Garcilaso, de Lope, de Valle-Inclán y, al otro lado del Atlántico, del maestro Borges, por citar sólo cuatro estrellas de una constelación interminable.
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