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El «diablo» de la iglesia buscaba vengarse de una embarazada

Su expareja, de la que tiene una orden de alejamiento desde junio, espera también un hijo

El «diablo» de la iglesia buscaba vengarse de una embarazada EFE

M. J. ÁLVAREZ

Estaba obsesionado con las mujeres embarazadas y decía que le perseguía el demonio. «Tengo el diablo detrás. No tengo trabajo. No tengo dinero. No tengo nada. Tengo que hacer algo. ¡Estoy desesperado!», decía la nota que llevaba escrita en la cartera Iván Berral Cid, de 34 años, el hombre que anteayer decidió pasar a la acción de una forma terrorífica. Así, minutos antes de las ocho de la tarde irrumpió en la iglesia de Santa María del Pinar, situada en el distrito de Ciudad Lineal y, sin mediar palabra, abrió fuego contra dos mujeres, asesinando a una de ellas , en avanzado estado de gestación, e hiriendo de gravedad a la otra, tras lo cual, se descerrajó un tiro en la boca.

No fue un arrebato y no conocía de nada a las víctimas . Su terrorífico plan, ideado por una mente perturbada, fue planeado de forma minuciosa. Sobre Iván pesaba una orden de alejamiento de su ex pareja, de origen colombiano, desde el mes de junio de este año. Tenía un abultado historial delictivo, sobre todo por delitos de violencia en el ámbito familiar —lesiones, amenazas y malos tratos— y tráfico de drogas, así como por atentado a agentes de la autoridad, resistencia y desobediencia.

Su fijación por su ex mujer, que esperaba también un hijo, sus manías y sus problemas psiquiátricos —de los que no constan antecedentes— hicieron que ayer, no se sabe bien por qué, acudiera hasta esa parroquia concreta, quizá porque conocía la zona. Iván llevaba tiempo viviendo en la calle y solo acudía a pernoctar a algún albergue si hacía mal tiempo . Algunos residentes en el Pinar de Chamartín decían consternados que «nos sonaba su cara».

Lo cierto es que eligió al azar el jueves y la misa de ocho, bien para ejecutar en otra persona una venganza que en realidad iba dirigida contra su ex compañera, bien para seguir los dictados de su demencia, que le impelían a actuar contra una mujer que esperase un hijo por albergar al «diablo» en su interior, a ese ser que le perseguía y del que quería librarse.

Iván no pasó inadvertido el jueves en el entorno de la parroquia. «Estuvo todo el día merodeando por aquí. Desde las once de la mañana ya le vieron muchos vecinos. A mí me preguntó a las siete menos cuarto de la tarde a qué hora era la misa y al monaguillo lo hizo una hora antes. Entró y salió varias veces del templo durante la exposición del rosario y su actitud era extraña , estaba como inquieto, intranquilo, con ansiedad», explicaba ayer Francisco Santos, el vicario párroco de la iglesia. «Es a las ocho de la tarde», le repetí. Tal vez le podía la impaciencia ante el momento que había recreado punto por punto en su cabeza con su pistola semiautomática de fogueo, manipulada, en la mochila.

«Yo le vi, poco antes de la ceremonia, entrar en el bar que hay frente a la iglesia y pedirse una caña», explica Jesús Herranz, de 72 años, testigo de los hechos. Lo siguiente que pudo contemplar fueron los sesenta segundos más terroríficos de su vida: «Faltaban dos o tres minutos para que empezara la misa y yo estaba sentado en el último banco, a la derecha de la puerta. De pronto noté cómo entró un joven que llevaba una pistola en la mano , rozó con ella mi cara para ponerla en la sien de la embarazada —Rocío Piñeiro, de 36 años—, sentada justo delante de mí. Le disparó a quemarropa. Cayó fulminada al suelo», relata atropelladamente. «Me quedé paralizado». «Fue directamente a por ella, era su objetivo».

Iván avanzó y, tres filas más adelante, abrió fuego de nuevo —esta vez de forma aleatoria—, hacia el lado izquierdo del tempo, alcanzando a María Luisa Fernández, de 52 años, en el pecho. En su infernal recorrido hacia el altar, siempre esgrimiendo el arma de manera intimidatoria hacia ambos lados, disparó al aire, impactando en el techo, agrega Jesús. Un par de metros antes de llegar al altar, como en un macabro ritual, giró sobre sí mismo, se puso de rodillas y, mirando hacia los fieles y hacia la puerta de entrada, se metió la pistola en la boca y se voló la cabeza. La tensión contenida estalló y la atroz escena que parecía congelada, cobró vida. Algunos feligreses salieron corriendo a la calle a buscar ayuda mientras que otros echaban mano de sus móviles para llamar a Emergencias y a la Policía. «¡Mi hija, mi hija», repetía, consternada María del Carmen, la madre de Rocío. El disparo que recibió en la cabeza y que le reventó el cráneo hizo que las maniobras de reanimación fueran infructuosas. «¡Salvad por lo menos a mi nieto, a Álvaro!», suplicaba la desconsolada mujer sin dejar de llorar, indicó Manuel.

«Yo corrí hacia María Luisa —la segunda herida—, un vecino me hizo gestos, pidiéndome ayuda. La cogí, le arranqué la camisa con las manos y la desabroché el sujetador. Lo que vi fue tremendo. La pobre mujer tenía un agujero inmenso en el centro del pecho que intenté taponar con un pañuelo con todas mis fuerzas. Cuando cesaba la presión, la sangre, a borbotones, le manaba por la espalda...», relata, abrumado, Jesús Herranz. Eran los orificios de entrada y salida de la bala que le alcanzó de pleno. «”¿Qué tengo?”, preguntaba la pobrecilla, que se iba apagando y apagando por segundos mientras decía que tenía ganas de devolver», agrega.

Varios héroes

«No tienes nada, corazón —mentía Jesús—, mientras los chorros de sangre seguían manando sin cesar. “Tengo frío”, dijo; después, llegó la Policía y los sanitarios. A mí me parecía que el tiempo pasaba muy despacio y que la mujer se iba», indica. Se ha convertido, a su pesar, en uno de los héroes del barrio de Arturo Soria.

«Si no me llego a meter dentro de la sacristía, quizá ahora estaría muerto», subrayaba el consternado párroco a ABC. «Salí al oír los primeros disparos, que atribuí a un petardo lanzado por los críos. Una feligresa me paró con un gesto. Miré y vi cómo el asesino caminaba esgrimiendo el arma, que en ese momento apuntaba hacia el lugar en el que yo estaba. La tensión se cortaba con un cuchillo. Instintivamente entré, me quité el alba, aún no sé por qué, y de inmediato salí; entonces ya vi el fogonazo del arma en su rostro... Pudo haber habido una masacre», asevera.

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