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Juegos de guerra prohibidos en Rivas

El antiguo matadero de Rivas se ha convertido en ilegal campo de batalla de los «Psicokillers», grupo que organiza tiroteos con réplicas de armas que lanzan bolas de pvc

Juegos de guerra prohibidos en Rivas ÓSCAR DEL POZO

TATIANA G. RIVAS

Las fiestas «rave» suelen celebrarse en lugares lúgubres, abandonados y alejados para, durante dos o tres días, desfasar al máximo con todo tipo de estupefacientes. No tienen fecha fija para llevarse a cabo, pero en el antiguo matadero de Rivas Vaciamadrid se celebraban de forma regular hasta el pasado 8 de mayo. Ese día, el alcohol y las drogas pusieron un mal broche a tres días de juerga imparable. Una pelea entre los asistentes hizo necesaria la intervención de la Guardia Civil. Golpes, lanzamiento de botellas y de todo tipo de objetos de los que se acumulan por toneladas en la vieja fábrica hacia los agentes provocaron la detención de siete personas.

Desde entonces, este espacio se ha convertido en un escenario donde prácticamente cada fin de semana se desarrolla una «misión militar» para rescatar a «mandos superiores del Ejército»; donde se reviven batallas de la I y la II Guerra Mundial o se salva a España, a Europa, incluso al Planeta entero, de una guerra nuclear. Todos estos cometidos son ficticios y son recreados por un millar de aficionados al «airsoft», que cada fin de semana se lían a tiro limpio con bolas de pvc expulsadas por réplicas de revólveres , fusiles o ametralladoras. «Airsoft» es un juego o deporte de estrategia en el que se simulan combates entre grupos. En Madrid hay una docena de equipos «serios» y se calcula que otros 400 van por libre.

Están acostumbrados a que les llamen «frikis» o excéntricos, pero no les molesta. «Que te gastes 2.000 euros en ropa de camuflaje, un chaleco similar al que se llevó en una misión específica en el Ejército o dejarte 500 euros en un fusil de precisión para jugar no es algo normal, pero sarna con gusto no pica», manifiesta con orgullo Edu Parra, un fotógrafo que hasta hace meses se dedicaba a disparar instantáneas en el Congreso de los Diputados . En la Cámara Baja «se ha enganchado mucha gente a esta actividad. Yo empecé hace cuatro años por un reportaje», sostiene.

Edu suele jugar casi todas las semanas en lo que denominan «campos legales», donde se cuenta con seguros de responsabilidad civil, se avisan a las autoridades, Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y a los sanitarios. Pero hay otros territorios como el matadero de Rivas o el monasterio abandonado de Perales del Río —donde fallecieron dos jóvenes tras consumir estramonio en una fiesta «rave»— que se consideran ilegales. Allí juegan los «Psicokillers». «En el monasterio echábamos partidas, pero ya no porque lo van a derruir. En el matadero hay muchas posibilidades», apunta Richi, un transportista de 27 años y padre de familia. «Mi mujer está acostumbrada. Hasta quiere venirse», señala. Meses atrás, los «Psicokillers» tuvieron encontronazos con los asistentes de la «rave». «Estábamos jugando y te encontrabas a unos metiéndose mano en un cuarto o veías a una tía con el culo al aire por ahí o se ponían un poco bordes de todo lo que iban puestos», dice Richi.

Quieren regularizarse

Ataviados con ropa militar, «walkies», réplicas de Kalashnikov y Heckler & Koch G36, chalecos y cascos de guerra, gafas para evitar impactos en los ojos, granadas de ataque que explotan levemente y otras de gas, se dividen en dos grupos. Cada uno ha de conseguir liberar a sus «generales», secuestrados por el equipo rival. Empieza la partida. Tucu tucu tucu tucu tu. «¡Muerto!». El primero sale del juego en apenas cinco minutos de partida. «Los hay que se gastan 200 euros en la equipación básica y otros invierten hasta 2.000. Depende. Como también hay partidas por la noche se pueden comprar cámaras infrarrojas o miras telescópicas nocturnas que suben mucho», comentan. Mientras, en mitad del juego, aparece un septuagenario recogiendo cardos por la zona: «Tranquilos, que no molesto». «Estamos en un limbo legal. No es una actividad prohibida, pero tampoco permitida . Si hay que pagar tasas, las pagamos, pero que nos regularicen. Y queremos denunciar los campos ilegales donde se puede hacer daño a gente que se meta sin querer», sentencia Edu Parra. No hay un perfil específico de estos aficionados: policías, albañiles, bomberos, médicos, militares, estudiantes, maestros, músicos... La mayoría jóvenes y hombres.

Los profesionales del «airsoft» llaman a la prudencia en este juego. Hace año y medio vieron un vídeo de unos menores de 13 años que jugaban temerariamente: «Hicimos todo lo posible para pararles y lo conseguimos».

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