Alicante desoye la crisis
La crisis y sus miedos asoman por todos los rincones, incluyendo los de la música clásica. Cualquiera puede observarlo, pues es fácil leer estos días mil consejos que recomiendan huir de experimentos en las programaciones, enrocarse en el repertorio más manido y creer en lo inmediato para convencer a un público que llenará auditorios deficitarios y nivelará la cuenta de resultados de muchas orquestas ahora con paupérrimo presupuesto. La contención estética se hace fuerte y da miedo pensar lo que habrá que reconstruir cuando la crisis sea un recuerdo, especialmente en lo tocante a la música española y la creación de hoy. Afortunadamente la balanza todavía tiene contrapeso y frente al paso atrás rebrotan proyectos como el del Festival de Alicante, dispuesto a romper dictados.
La jornada inaugural fue todo un ejemplo, en el nuevo y formidable Auditorio de la Diputación, que recibió su bautismo musical con «El vuelo de Volland», calibrada obra de Jorge Fernández Guerra cariñosamente aplaudida por un público que colmaba el aforo y aún se entusiasmó con la concertante «Of thee I sing», del alemán Stefan Lienenkämper; «Fairytale Poem», de Gubaidulina, y la críptica 15ª sinfonía de Shostakovich. A todas dio forma una muy trabada interpretación de la ONE dirigida por Nacho de Paz, más expedito ante lo cercano que frente a la enrevesada miscelánea sinfónica del ruso.
El concierto de la ONE es el primero de un sólido ciclo orquestal que presenta este año Alicante, con otras propuestas tan apegadas a la realidad como el espectáculo inaugural a cargo del coreógrafo Dani Pannullo, de éxito internacional. Importaba aquí la mezcla de estilos, desde el breakdance, lo derviche, lo aflamencado... en definitiva, lo urbano, en un escenario dominado por bailarines vestidos por Adidas.
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