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República de Luxe

Austria entierra con honores al hijo de su último emperador

República de Luxe EFE

RAMIRO VILLAPADIERNA

Un austríaco, sea campeón de esquí, experto en nanoteconología o de la órden Malta, se desayuna igual con el «Kronenzeitung», el diario de la Corona, y unos «Kaisersemmel» o panecillos del emperador. Los altos funcionarios probos, entre baile en el hotel Imperial o en palacio y torta real o en la «confitería imperial» Demel, pueden llegar «Hofrat» o consejero áulico de la corte , y así de por vida entre chocolates de Sisi, un suculento turismo mundial que acude sólo a participar del glamour histórico y a la nieve alpina, y todo ello sin dejar de profesar cada mañana su fe republicana y jurar contra los malditos Habsburgo.

El sepelio del último príncipe heredero, proclamado oficialmente, hijo del último emperador austrohúngaro , ha tenido lugar con rango de funeral de Estado, con varios cuerpos del ejército y de cazadores de montaña rindiendo honores, en presencia del presidente y el gobierno al completo, amén de políticos de todas las facciones y representantes europeos.

El nuevo país costreñido a reinventarse en 1918, en medio de la revolución comunista, puso punto final a la vieja monarquía dual y danubiana de modo tajante y anti sentimental. Nobleza y títulos están prohibidos por ley y los Habsburgo fueron deportados con lo puesto, sin derecho a nada de lo logrado en siglos.

Hasta 1961 ningún familiar pudo poner los pies en su país y sólo el pasado junio el parlamento retiró de la ley electoral el párrafo que prohibía a los miembros de la familia presentar su candidatura y hacer política. Otto, un hombre extraordinariamente político, tuvo que ser eurodiputado por Baviera . Un país que se ha tenido por moderno y liberal ha mantenido durante casi un siglo leyes creadas para uso exclusivo contra ciudadanos propios con nombre y apellidos.

Pero 90 años después de la radical expulsión de la familia que había dado a Viena seis siglos de preeminencia europea, la joven Austria esquiadora y republicana confiesa un ataque de nostalgia, que sólo se suma a la tradicional melancolía de la tarde danubiana. Nadie duda que Viena «la roja», donde han gobernado ininterrumpidamente los socialistas desde entonces, trampolín de Lenin y Trotski y cuna del austromarxismo, no ha dudado en mantener con exquisito cuidado todos los símbolos de la grandeza de antaño. «Austria realmente ha seguido siendo una monarquía», editorializaba el «Kurier» en estos días.

«El presidente no debe temer que aquí se quiera realmente un jefe de Estado absolutista»

La puesta en escena del entierro se debe más bien a la nostalgia y el recuerdo cultural que al deseo de la población de volver políticamente al imperio, analiza el politólogo Peter Filzmaier: «El presidente no debe temer que aquí se quiera realmente un jefe de Estado absolutista», ha dicho a la Apa. Lo que se da ante todo es el recuerdo de los buenos viejos tiempos en los que Austria era mucho más grande e importante en el mundo, opina Rudolf Roubinek, guionista del gran programa de humor ceremonioso «Wir sind Kaiser» (Somos emperadores), cuyo entusiasta seguimiento ha sorprendido a sus propios creadores.

«Sisi se ha convertido en una marca internacional», añade Filzmaier, y Austria parece haber superado sus traumas antes por lo kitch que por el lado de la crítica histórica. El glamour añorado sigue alimentando no obstante las arcas austríacas de forma tan importante como España, una gran potencia turística. Según estudios de Wien Tourismus, la herencia imperial es el principal atractivo de los viajes a la capital.

«Los Habsburgo contribuyeron muchísimo al atractivo de Viena, y lo siguen haciendo hoy en día», dice la portavoz Vera Schweder. El palacio de Schönbrunn, el castillo, la Ringstrasse o la escuela española de equitación son un imán para los diez millones de viajeros a las orillas del Danubio. Pues además de los monumentales edificios, la familia convirtió la ciudad en centro del arte y la cultura. «Eso son cosas mayores, de las que uno puede estar orgulloso».

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