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Jaime I, santo súbito

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Día 11/07/2011 - 10.48h

Siglos antes de que en la Plaza de San Pedro del Vaticano los fieles católicos pidieran la canonización del Papa Juan Pablo II, no faltaron los que pidieron la de Jaime I poco tiempo después de que vistiera el hábito cistersiense y manifestara su deseo de ser enterrado en Poblet, donde reposa y desde donde sigue conquistando catecúmenos de aulas, donde aún siguen considerándole como «alma pater» de todas las ensoñaciones nacionalistas. Hasta el punto que cabría recordar aquí las advertencias de Albert Einstein: «Todo hombre respetado, ningún hombre idolatrado». Lección inasequible para quienes padecen ese sindrome patológico del sentimiento nacional...Antoni Ferrando y Vicent J. Escartí, dos profesores de los que en la Universidad de Valencia hacen de las palabras filología —como diría Paco Umbral— acaban de hacer una edición de «Llibre dels Fyts del rei En Jaume I» del que dicen no contener las modificaciones de los monjes de Poblet de las palabras que encontraron raras y las cambiaron por las que les resultaban más usuales. Método reductor y selectivo que se sigue haciendo ahora, matando palabras vivas y sustituyéndolas por otras de su conveniencia política, confirmando que de la lengua hacen engrudo para pegar territorios. Son muy conocidos los expolios de léxico que les hicieron en Barcelona a Carles Salvador y a Martí Domínguez cuando les editaron libros suyos. Y a otros muchos que no siguen, que no seguimos el estándar oficial, esa estructura que acaba matando las lenguas que no aceptan matices extraacadémicos, que son los que realmente la enriquecen. Supe hace un corto tiempo que alguien había escrito una novela cuyo protagonista moriría dentro de ciento cincuenta años, que con él se extinguiría la lengua catalana, por ser su último hablante. He sabido ahora que la escribió un catalán de apellido Casajuana, actual embajador de España en Londres. Eso suele ocurrir cuando la lengua no se enseña, sino se inmersa...

Y ello a pesar de que algunos no dicen hoy lo que dijeron el 27 de diciembre de 1931 en «El Socialista». «La Juventudes Socialistas de Barcelona están dispuestas a todo para impedir el triunfo del separatismo reaccionario que pretende aislar a Cataluña del resto del mundo... en las escuelas, en los institutos, en las normales y en la Universidad del Estado no debe usarse otro idioma que el español». También pueden recurrir al fiscal general, recordándole la Circular que el fiscal de la II República dirigió a los fiscales el 3 de septiembre de 1936: «La justicia que el pueblo quiere le sea dada, y con el ritmo y el tono que nos marque».

Volvamos a Jaime I. Para sus corifeos, la diversidad lingüística cobra dimensiones políticas, la lengua es el ingrediente decisivo de la identidad nacional. Si ello fuera cierto no serían posibles ni Venezuela, ni Argentina, ni México; ni los EE.UU. ni Australia; ni Alemania ni Austria. Para ellos, aquel inmigrante francés sin papeles que vino aquí de «repartiment» —por derecho de conquista, como Felipe V siglos después— aquel gabacho es principio y fin de todas las cosas, y ello porque la memoria suele tener siempre carácter selectivo e interesado; en cambio la historia debería tener vocación de distanciamiento, aunque muchos o la esconden o la tergiversan a beneficio de sus intereses de presente. O sea, por la pela.

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