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Columnas / UNA RAYA EN EL AGUA

Estado de depresión

Será un debate raro, desenfocado, porque el que va a comparecer ya no manda y el que manda no va a comparecer

Día 28/06/2011

EL estado de la nación es de depresión social y catástrofe económica; el del Estado propiamente dicho, casi de quiebra; el de los ciudadanos, de agotamiento; el del Gobierno, de agonía; el del partido que lo sustenta, de colapso; y el del presidente, terminal. La legislatura está liquidada y el poder político exánime, a la espera de un relevo que se resiste a entregar. La productividad del país ha retrocedido a los niveles de 2004, el bienestar a los de hace una década y el paro ha vuelto a los de quince años atrás. El zapateratose desangra en medio de una regresión colectiva agravada por el vacío de poder, y el estancamiento político bloquea la toma de decisiones probablemente dramáticas que sólo puede avalar una nueva legitimidad parlamentaria. El horizonte nacional más optimista es el de un estancamiento sin fecha de inflexión; la economía no reacciona a los cuidados paliativos y la sociedad está a punto de consumir sus reservas de subsistencia.

Así las cosas, el último debate general de Zapatero no es un examen final de su gestión sino el simple trámite de un desahucio. El presidente se descartó a sí mismo hace tres meses para tratar de eludir el sinsabor de una derrota pero la gente lo vapuleó en las personas interpuestas de los candidatos autonómicos y locales. El resultado electoral de mayo fue un veredicto de cambio al que sólo le falta la fecha. En estas condiciones, cualquier intento de autovindicación que pueda intentar está condenado de salida; a lo único que puede aspirar es a que la oposición no sea demasiado cruel al darlo por amortizado. Mientras se empeñe en estirar el calendario no obtendrá piedad porque resulta presa fácil, convertido como está en objeto de fobia ante la opinión pública.

Como le gusta crecerse al castigo quizá saque pecho de sus realidades virtuales y trate de inmolarse una vez más ofreciéndose como blanco para que los adversarios disparen contra un fantasma. Será un debate raro, desenfocado, porque el que va a comparecer ya no manda y el que manda no va a comparecer. El manual táctico elemental aconseja a la oposición el ninguneo del nuevo candidato para no concederle el mínimo protagonismo, aunque es probable que Rubalcaba reciba desde su escaño numerosos mensajes cifrados, teóricamente dirigidos a su jefe nominal. Le van a intentar zurrar a los dos, pero los palos sólo se los va a llevar uno. Y le espera una tunda porque no tiene de qué presumir.

Para Rajoy, el único riesgo consiste en medir mal el vapuleo. Aunque le van a enseñar el trapo para arrancarle medidas de su programa le sobra flema para aguantar ese envite. Como entra ganador al debate su problema será el de pasarse de frenada, el de acabar inspirando compasión por un adversario liquidado. Lo demás lo lleva de carril: el estado de la nación es tan evidente que ni siquiera necesita demasiados adjetivos.

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