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Columnas / MONTECASSINO

Las derrotas autoinfligidas

La falta de medios, pero ante todo la voluntad de combate, ha llevado a la OTAN a sufrir una pérdida de credibilidad rayana en el ridículo

Día 28/06/2011

NO hablemos de la que nos coge más cerca y más dolor genera entre millones de españoles aun en parte incrédulos y quizás poco conscientes ante lo que sucede en Guipúzcoa. La trágica derrota de la democracia española ante el terror nacionalsocialista vasco no se explica sólo con errores de cálculo, ni con la falta de músculo democrático de una sociedad, la indolencia disfrazada de tibia tolerancia a todo, ni con el ensimismamiento y egoísmo de una ciudadanía mucho más dispuesta a la autocompasión y llorar sus propias dificultades que a cultivar la empatía por el sufrimiento ajeno. En España, los enemigos de la democracia han cosechado una victoria parcial muy importante ante todo porque han contado con la colaboración abierta o clandestina de ciertos sectores del poder oficial. Lo sucedido en España no habría podido pasar en otros países. Nadie ha llegado tan lejos en la falta de respeto a sí mismo. En cualquier otro país una cooperación tan abierta con un enemigo mortal habría sido entendida como traición al Estado. Y esta figura se habría tratado muy diferentemente a cualquier error político o estratégico.

D Pero hablemos de una guerra, la de Afganistán, que Occidente ya ha anunciado —por boca de Barack Obama— dará por concluida a fecha fija. Sin haberla ganado y —si se quiere creer a Obama— sin haberla perdido. Tras trece años de combates y miles de muertos —dos españoles hace 48 horas— EEUU y sus aliados abandonarán Afganistán a su suerte que está claro ya que sería un régimen dominado por los talibanes. Esos mismos a los que se fue a combatir por haber convertido el país en un santuario del terrorismo jihadista de AlQaeda. Unos talibanes que fueron aplastados militarmente y estuvieron derrotados. Hasta que se les permitió recuperarse por la falta de recursos de las fuerzas occidentales, sometidas a mezquindades presupuestarias que resultan muy populares en los países de origen de los ejércitos combatientes. Y por pura falta de voluntad de victoria. Hoy la población afgana ya sabe que los occidentales se van y vuelven los talibanes. Todos harán lo posible por hacer méritos con los triunfadores convirtiendo en un infierno aquel país al ejército que pretende permanecer dos años cuando ya ha dicho que abandona. En Libia ha sucedido algo parecido aunque en mucho menos tiempo. La falta de medios, pero ante todo la voluntad de combate ha llevado a la OTAN a sufrir una pérdida de credibilidad rayana en el ridículo. Meses después de lanzar la operación, se ha hecho evidente la falta de solidaridad pero también las profundas diferencias estratégicas entre los participantes. El mero hecho de que en semanas los aliados europeos se quedaran sin munición en la guerra contra un pequeño ejército en semidescomposición debiera ponernos los pelos de punta si pensamos en que es nuestra alianza defensiva para caso de amenaza directa a nuestro territorio. Habrá quien alegue que los europeos lucharían más y mejor en combate por sus propios hogares. Pero son comprensibles las dudas. Menos mal, en todo caso, que no existe una URSS con apetitos territoriales. Porque armas nucleares al

margen, el paseo militar desde los Urales hasta Cádiz, pasando por Bruselas, haría del desfile alemán a Paris en 1940 una reñida campaña.

Hay algo en común entre nuestra tragedia nacional en Guipúzcoa, nuestra entrega de Afganistán a los talibanes —donde Karzai parece ya Nayibulah, aquel títere soviético ahorcado en público en Kabul— y nuestra desgraciada campaña en Libia, donde por supuesto que caerá Gadafi, pero nos hemos dejado la credibilidad de la OTAN y quizás su unidad trasatlántica. Común es la falta de ganas de ganar. Porque se olvidan las razones.

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