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Entre el blindaje y la inteligencia

Análisis

PEDRO PITARCH

Esta guerra no da respiro. Todavía sin reponernos de los fatídicos efectos del ataque del pasado día 18 en Afganistán, donde cinco soldados españoles fueron seriamente heridos y dos de ellos perdieron sendas piernas, ayer, nuevamente, otro ataque contra los nuestros nos ha consternado profundamente, con un balance todavía peor: dos muertos (q.e.p.d.) y tres soldados heridos.

De entre los combates —tantas veces disfrazados, cuando no ocultados— que permanentemente sufren nuestras fuerzas en Afganistán, este nuevo ataque, de imposible camuflaje, desborda cualquier freno o censura mediática volviendo a poner en cuestión en la opinión pública la seguridad de las tropas. El 27 de agosto de 2008 nuestras fuerzas sufrieron en la zona de Buzbay un ataque de tal organización e intensidad que mutó, de facto, el tipo de operaciones hasta entonces desarrolladas. No parece que tal mutación fuera valorada en la profundidad requerida. Proclamar el objetivo de la seguridad máxima no fue suficiente. Es cierto que se tomaron algunas medidas, como el envío a Afganistán de nuevos vehículos, como los RG-31. Sobre esa indudable mejora, se ha venido insistiendo «machaconamente» (sin segundas) que nuestras tropas disponen de los mejores medios para prevenir o evitar las consecuencias mortales de los ataques a nuestros convoyes. Y esto es una verdad a medias. ¿Qué está pasando? Sucede algo muy simple. Tanto, que ya el «Vencer» (un antiguo y elemental libro de cabecera de los cadetes sobre los rudimentos de la milicia, y que los de mi generación recordamos con nostalgia), señalaba así: El enemigo no es tonto». Y, claro, cuando se han perfeccionado blindajes y perfiles de los vehículos de combate, el adversario ha incrementado proporcionalmente el volumen de sus minas y artefactos explosivos. Entrar en una carrera de de blindajes y diseños no tiene futuro. No por su coste, sino porque demandarían un tiempo del que ya no se dispone. Además, serían rápidamente sobrepasados por el enemigo con el mero incremento de sus cargas explosivas. ¡Qué asimetría tan supina la de esta guerra!

Dos de los más grandes condicionantes de las operaciones en la zona afgana de responsabilidad española son su dura orografía y la penuria, o incluso carencia, de vías de comunicación. Esto determina fatalmente que los itinerarios de nuestras unidades, forzosamente sobre vehículos, tengan que responder a pautas fijas tales como, por ejemplo: puntos críticos de paso obligado por no existir la posibilidad de «by-pass»; suelos ya tan triturados que más que sobre tierra los vehículos marchan sobre un «talco» de 40 centímetros de espesor, que obliga a los convoyes a detenerse hasta que los conductores recuperan la visión del camino; o baja velocidad de desplazamiento que conlleva largos tiempos para recorrer distancias supuestamente cortas, incrementándose así los tiempos de exposición a la acción del enemigo. Todas estas circunstancias hacen los convoyes muy vulnerables. Más aún, cuando estos han cumplido una misión deben regresar a sus bases, al menos en parte, por el mismo itinerario que recorrieron a la ida. El adversario dispone así de tiempo para elegir el lugar donde desencadenar su ataque.

Se podría afirmar que, en tales circunstancias, el camino a seguir para incrementar la seguridad de nuestras tropas pasa por la optimización de la preparación en territorio nacional. Porque no está claro que se haga todo lo que se podría hacer tanto, por ejemplo, en medios de movimiento como de inteligencia. Las unidades que se despliegan en Afganistán no disponen en plantilla en territorio nacional, de algunos de los medios esenciales con los que luego las tropas han de operar sobre el teatro. Esta falta de relación lógica se palia con unos reducidos módulos de vehículos (MLV y RG-31) que van pasando de contingente a contingente durante la fase de preparación, con lo que difícilmente pasa de diez semanas el tiempo disponible para hacer conductores, conocer el funcionamiento del sistema o «soltarse» en el respectivo puesto táctico. Los hechos apuntan a un cierto déficit en un aspecto fundamental: las capacidades de obtención de inteligencia, tanto humana (HUMINT) como táctica. Sobre la primera el CNI tendría la palabra. Sobre la segunda se podría hacer un mayor esfuerzo en el campo de los llamados mini-UAV, aviones de configuración similar a los de aeromodelismo que, lazados a mano desde el propio convoy, están dotados de cámaras de video cuya función primordial es explorar itinerarios peligrosos antes de llegar a ellos.

PEDRO PITARCH ES TENIENTE GENERAL DEL EJÉRCITO EN LA RESERVA

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