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Y comer vuelve a ser necesidad

Televisores de plasma y conexiones a internet que chocan con la obligación de hacer cola para recoger una bolsa de alimentos: los contrastes del antes y el después de la crisis. San Matías, barrio tinerfeño, lucha con solidaridad

Y comer vuelve a ser necesidad

TERE COELLO

Martes sí, martes no, María va al despacho de Cáritas en su barrio, en torno a las tres de la tarde, llueva o haga calor. Dice que prefiere ir a esa hora porque, aprovechando que sus dos hijos están en el colegio, «la vergüenza» la pasa ella sola y los niños no viven esa experiencia, aunque aclara que «vergüenza no es pedir; lo sé y agradezco esta ayuda, pero si los niños no lo saben, no lo comentan…, no se sienten ni diferentes ni inferiores a los otros niños», explica esta madre. Desde hace cuatro o cinco meses, cada 15 días recibe una bolsa con alimentos que no cubren todas las necesidades de sus pequeños, pero sí satisfacen las ganas de comer.

Esta es parte de la realidad que vive el barrio tinerfeño de San Matías, de aproximadamente 7.000 habitantes y situado en el área metropolitana, entre Santa Cruz y La Laguna. Sin embargo, también tiene su cara amable y destacable, ya lo matizan dos miembros activos de la comunidad vecinal, Paloma Martínez-Artola y Marta Traver. Ambas presurosas, advierten de las bondades de un pueblo que no puede ser representado solo por la miseria y el hambre. «A mí no me gusta dar sensación de un barrio que puede ser y no ser, es decir, es verdad que hay pobreza, pero también es verdad que el cambio que ha sufrido este lugar es abismal. De un 5% de personas que estudiaban BUP hace 30 años, ahora hay montones de estudiantes en la universidad. Existen diferentes asociaciones de vecinos, mujeres, inmigrantes…, este es un barrio vivo, luchador y solidario; a medida que ha crecido la crisis, más se comparte. Las colectas de la iglesia, más que disminuir, se han multiplicado», subraya Paloma, explicando que el origen de tanta pobreza en esta localidad atiende, sobre todo, al gran número de personas que trabajaban en el sector de la construcción. «En el boom de la construcción, muchos jóvenes dejaron sus estudios llamados por el dinero fácil, se ganaban buenos sueldos». Aunque no es esta la única razón, advierte esta exmonja, señalando que en Canarias se dan grandes incoherencias: «Aquí siempre se ha tenido muy fácil comprar artículos de tecnología punta, pantallas de plasma, móviles, ordenadores…, se da la contradicción de estar mal para comer pero tienes un móvil de última generación».

Ana y Marcos comentan algo parecido. Esta pareja tiene tres hijos. En el año 2008 ambos trabajaban en un supermercado de Taco y pagaban una hipoteca, no vivían en la opulencia pero no echaban en falta nada que fuese necesario. La crisis los llevó al paro, arrebatándoles su vivienda y dejándolos en la calle. Ya han agotado las prestaciones económicas a las que tenían derecho por desempleo. Ahora reciben una ayuda para pagar el alquiler de un piso pequeño y recurren a Cáritas, como María, cada dos semanas.

Cada 15 días

Cada 15 días, aproximadamente, doscientas familias hacen cola a las puertas de las dependencias que utiliza Cáritas en el barrio de San Matías, donde se les reparten bolsas de comestibles con las que hacen frente a las circunstancias y al hambre, que no entiende de recortes, de estrechar cinturones o de políticas económicas. Porque lo que tienen estas personas es la cartera vacía, las expectativas rotas y la nevera desenchufada, ya que, en unos casos, no hay nada que conservar en ella o, simplemente, no tienen ni siquiera luz eléctrica.

Y cuando parece que ya el problema no puede ir a peor, en misa de domingo, Quino, el párroco, con la voz rota, anuncia que no hay posibilidades de continuar en la misma senda. «Tengo que decir algo que no es fácil: a pesar de que la solidaridad ha crecido y de que las aportaciones económicas de ustedes son más generosas, lamentablemente el número de las familias que reclaman ayudas también ha crecido, de 40 o 50 que eran hasta hace poco tiempo, ahora se cuentan casi 200, y no tenemos modo material de continuar ayudando como hasta el momento. Es una situación dura pero solo podremos dar una bolsa de comida al mes. Estas familias también tendrán que tocar en otras puertas».

Mientras, Marta apunta que si algo se ha apreciado en este colectivo vecinal es la unión entre los residentes. «Es un barrio como una familia grande, donde todos se conocen, donde casi todo se comparte». En este punto de la conversación recuerda cómo «en las pasadas Navidades, el día de Nochebuena, se incendió la vivienda de una familia, perdiéndolo todo; en menos de tres horas ya habíamos reunido casi 3.000 euros para socorrerla» o cómo «si se conoce que alguien necesita una cama, una mesa, una nevera…, siempre, en poco tiempo, hay alguien que lo tiene en casa, que no lo utiliza y que lo comparte».

Marta y Paloma desempeñan tareas solidarias orientadas a cubrir las necesidades de los más desfavorecidos de la comunidad. Marta principalmente se ocupa de visitar a las familias que solicitan las ayudas a Cáritas. «Estas visitas tienen dos objetivos: comprobar que los datos que nos facilitan son ciertos, porque, a veces, nos han dado direcciones que pertenecen a lugares abandonados, solares o casas vacías, y, por otro lado, estos encuentros nos permiten contactar con la familia, saber en qué medida podemos ayudarle, y no solo con la bolsa de comida». Pero en ningún caso son «cómodas» estas visitas, porque «te enfrentas a muchas situaciones diferentes, sobre todo a la mirada de los niños, a la pobreza que tienen en su casa, a las contradicciones, porque es gente que está pasándolo realmente mal pero ves esas televisiones tan modernas o que tienen internet… Pero no hay que olvidar que, a lo mejor, estos artículos fueron adquiridos cuando las cosas les iban bien, ahora quieren venderlos pero no es fácil encontrar comprador».

«A mal tiempo, buena cara; a mayor problema, más grande es la solidaridad», dicen ambas voluntarias, poniendo sobre la mesa el problema que se les suma a estas familias necesitadas y con hijos que se quedan ya de vacaciones. Durante el curso escolar estos niños han tenido asegurado su desayuno y almuerzo en el comedor del colegio, pero, ¿y ahora? «Hay una solidaridad familiar y vecinal grande, ningún vecino que sabe que falta un plato de comida lo ignora. Esos niños comen», dice Paloma, a lo que Marta añade para destacar el papel de las abuelas: «Mandan a los niños a comer con las abuelas o con las tías, con las que están un poquito mejor, claro».

SANTA CRUZ DE TENERIFE

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