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Columnas / AD LIBITUM

¿Indignados?

Quieren ser testimoniode un fracaso democrático, pero les faltan liderazgo, entidad e ideología

Día 24/06/2011

EN España, asegura Baura, tiende a ser coyuntural todo lo que en el resto del mundo tiene el valor de lo permanente, desde la forma del Estado a la vigencia de la Constitución. Por contra, tiende a instalarse como duradero e invariable lo generalizadamente efímero. No sé si esa rareza será parte de nuestra originalidad colectiva o habrá que incluirla en el catálogo de las malas costumbres que nos son propias; pero ahí está y tiene poder determinante en los grandes trazados políticos que rigen el Estado y gobiernan la Nación. El movimiento del 15-M, que surgió como protesta espontánea en las vísperas de los últimos comicios, los que se llevaron por delante lo que quedaba del PSOE, nació pasajero y, en consecuencia, va camino de instalarse como contrapoder fáctico y constante. ¿Merecen el nombre de indignados1

La clasificación de los grupos de dimensión variable, establecimiento diverso y discurso intermitente que, además, funcionan en régimen asambleario es un imposible sociológico. Una quimera política. Pero ahí están, con su desesperanza a cuestas en ruta desde Valencia a Madrid o, alternativamente, acampándola en donde más se note su presencia. Quieren ser testimonio de un fracaso democrático, el de la partitocracia instalada; pero les faltan liderazgo, entidad e ideología para optar a alternativa. No se han ganado el nobilísimo titulo de indignados. Es evidente su desencanto y palpable, dicho sea coloquialmente, su inmenso cabreo; pero, en el sentido etimológico del término, según el ilustre lingüista y disparatado político cantonal Roque Barcia, les falta la indignación que lo indigno causa en nuestro ánimo.

Indignado está, con la precisión terminológica debida, Giorgio Armani cuando protesta porque «la moda está en manos de los bancos». Es indigno que así sea. En este capitalismo sin capital en el que nos hemos instalado, las instituciones financieras, responsables de buena parte del desastre presente, tienden a sobrepasar la legitimidad del beneficio para orientar, con desprecio a la libertad del individuo y la competencia entre empresas, las líneas del consumo y traspasar los límites de su territorio para ocupar el del poder político. Quienes dicen estar indignados tienen en sus delicuescentes proclamas la consecución de objetivos que no son dignos en los esquemas tradicionales de la ética y la representación parlamentaria. Quieren anteponerse a valores acreditados, incluso a supuestos constitucionales que son revisables, claro; pero no en asambleas callejeras y no representativas. Se «indignan» con lo que no es indigno y se salen así del reglamento.

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