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Paco Suárez busca en los clásicos la explicación de nuestro tiempo

La «primavera árabe» inspira la puesta en escena de «Los persas» del director extremeño

JULIO BRAVO

Paco Suárez leyó «Los persas», de Esquilo, en griego. Lo hizo en el seminario, adonde había llegado sin intención de ser cura, únicamente porque era el lugar donde, debido a la precariedad económica de sus padres, podía estudiar. En más de una ocasión ha querido llevar a escena esta tragedia griega, el primer texto teatral que se conserva. No pudo hacerlo en Mérida, un festival que ha dirigido en dos ocasiones, y hace unos meses, al ver en la televisión las revueltas de Túnez y el derrocamiento del tirano, volvió a su cabeza el texto de «Los persas».

Esquilo escribió en «Los persas» un alegato antibelicista y realizó una crítica crónica de la crucial batalla de Salamina. Para Suárez, los griegos son el fundamento del teatro y su vigencia en nuestros días sigue siendo absoluta; «por eso recurrimos a ellos para comprender nuestro tiempo». Su versión de la obra de Esquilo pretende precisamente, según sus palabras, «contar la historia de nuestro tiempo; la historia de aquellos soldaditos que son enviados a luchar por los gobernantes inmorales».

Dos consejeros (Alicia Sánchez y Miguel Palenzuela) encarnan en la sala pequeña del Teatro Español al coro y son el punto de partida para esta función en la que el reparto se ha reducido a seis personajes: además de los dos citados, aparecen la Reina (Inés Morales), el Mensajero (Jesús Noguero), La sombra de Darío (Albert Vidal) y Jerjes (Críspulo Cabezas). Suárez se encuentra especialmente satisfecho de haber convencido a Albert Vidal para que se deje dirigir; de hecho, será la primera vez que un director español trabaje con Vidal, un solitario empedernido.

Un pequeño pasillo de cenizas, de las que brotarán cerezas como metáfora de la esperanza; unas botas militares y una mesa llena de copas polvorientas son los únicos elementos escenográficos de una función que, según Suárez, «es únicamente de los actores». En ella, está muy presente la piedad que tiene Esquilo hacia los perdedores; una piedad que quizá no tengan los espectadores, a quienes se ofrecerá la oportunidad de juzgar a Jerjes.

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