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Columnas / UNA RAYA EN EL AGUA

Éxodo

Asesores financieros vascos han comenzado a recibir de sus clientes instrucciones de desempadronamiento fiscal

Día 19/06/2011

A un simple teclazo, a un click de ordenador. El simple acceso de Bildu a la Diputación Foral de Guipúzcoa —en la que además puede gobernar si el PNV no lo impide— ha dejado la información fiscal de cualquier ciudadano vasco al alcance de los continuadores de Batasuna. La interconexión de las haciendas forales permitirá a cualquier juntero de la coalición, o a sus asesores y colaboradores, asomarse a los datos de IRPF, IVA e Impuesto de Sociedades, un retrato financiero completo de los habitantes de la comunidad vasca, convenientemente cruzado con el correspondiente perfil personal, domiciliario y familiar. Y todo el mundo sabe en Euskadi lo que significa quedar expuesto a ese escrutinio.

Ha cundido el pánico. Empresas de asesoría financiera han comenzado ya a recibir de sus clientes, empresarios y profesionales, instrucciones para proceder al desempadronamiento fiscal. Algunos han optado por solicitar el traslado de sus expedientes a Vizcaya con la esperanza de que el PNV establezca en sus dominios cortafuegos a la fuga de información; otros prefieren tributar fuera del País Vasco aun a costa de renunciar a los beneficios del concierto. De lo que nadie duda es del potencial de riesgo que supone la irrupción de Bildu en las instituciones con una ETA agazapada aunque sea en paro técnico. (Una inactividad relativa; acaban de detener a un tipo cargado de material para la fabricación de bombas-lapa). En un territorio en el que todos se conocen, los casuismos jurídicos sobre la falta de relación demostrable entre la banda y su nueva y tuneada franquicia política son irrelevantes. Don Pascual Sala y sus cinco colegas del Constitucional podrán decir lo que quieran; a efectos prácticos, los vascos saben que quienes acaban de adquirir el derecho a administrar y escudriñar sus datos confidenciales son los herederos de Batasuna. Los amigos más o menos cercanos —más bien más— de ETA.

Como mínimo, la hegemonía guipuzcoana de Bildu supone un repliegue territorial del régimen de libertades, un éxodo interior cargado de desesperanza. «He ido a comer a San Sebastián para despedirme de ella», me confesaba esta semana un empresario vizcaíno con un rictus de ironía amarga. Pero la sensación de retroceso general es patente incluso para los más esperanzados: el reloj de la normalización ha retrocedido quince años. El Gobierno constitucionalista se ha convertido en un espejismo. Y ya no es un problema de principios, de haber entregado el poder sin contrapartidas, de haber pasado por encima de las víctimas en una nueva quimera de estrategia fallida. Se trata de una pragmática y desagradable realidad: los continuadores de ETA están ahí, con las manos en los botones del tablero de mandos. Y eso no ha ocurrido por casualidad. Es un dramático error que tiene responsables, dentro y fuera del País Vasco, aunque algunos se resistan todavía a nombrarlos.

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