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UNA HUELLA EN LA ARENA

Difícil digestión

Sólo nos falta caernos del guindo y dotarnos de un Estado que, de verdad, podamos pagar

FRANCISCO ESTUPIÑÁN

Zapatero hace dos años que no se da una vuelta por Hispanoamérica, mientras los chinos están por allí haciendo su agosto, lo mismo que en África. La única política exterior que le interesa al copresidente es que su amigo Moratinos asiente sus posaderas en la dirección de la FAO. Ni él ni nosotros queremos enterarnos de que, con la globalización, los centros de poder económico se concentran en los países con más peso demográfico y territorial, como son los casos de China, India o Brasil, lanzados a un desarrollo imparable frente al que sólo podrán competir, paralelamente, Estados Unidos y Rusia.

En esa dirección avanza el mundo, que nos pone delante de los ojos la cruda realidad, como el fracaso de la Unión Europea, que debía ser el parachoques frente a la economía global y ha quedado reducida a una nueva burocracia. La ficción generada en los últimos veinte años por los fondos comunitarios y nuestra integración en el euro crearon, con la colaboración de los sectores financiero y de la construcción, un espejismo de riqueza que hace que los mismos que gestionaron los créditos de la bonanza dediquen ahora su tiempo a reclamar a los morosos. Mientras, los administradores públicos salientes llenan camiones de archivos documentales sin que nadie acuda a los tribunales para que se investigue un flagrante delito. Parece que es cierto que todos escondemos cadáveres en los armarios.

Así las cosas, nuestras autoridades prefieren reír la gracia a los mediáticos indignados. No se sienten con la entereza moral necesaria para disolver a unos grupos que, con más o menos acierto, expresan su frustración ante tanto desaguisado. Lo mismo que, tras las reformas laboral y del sistema de pensiones, hablan con la boca chica del copago sanitario cuando ven el debe del gasto farmacéutico. La crisis, en fin, nos está procurando una difícil digestión de la que culpamos a todo lo que se mueve: los parados miran con malos ojos a los que tienen empleo fijo, los que tienen empleo a los banqueros y todos, a los políticos. Respiramos desilusión, cuando no resentimiento, como vuelve a corroborar el barómetro del CIS.

Sin embargo, nuestra situación, sin lugar a dudas, no es la de Irlanda, Portugal o Grecia y, precisamente, por nuestro peso demográfico y territorial. Tampoco campa la inmoralidad por aquí como lo hace por tierras helenas, donde el fraude al erario público es de tal dimensión que la evasión fiscal alcanza más de un tercio del PIB. Podremos ser el país de la literatura picaresca, pero estamos mucho mejor armados y más decididos a hacerle frente. Sólo nos falta caernos del guindo y dotarnos de un Estado que, de verdad, podamos pagar.

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