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Columnas / UNA RAYA EN EL AGUA

Desalojo

El poder es una industria de la que dependen miles de empleos; es la política transformada en un modo de vida

Día 08/06/2011

SÓLO en las cinco diputaciones andaluzas que ha perdido el PSOE hay más de quinientos cargos de libre designación, que el PP deberá reducir, según sus promesas, a una cuarta parte. En la comunidad de Castilla-La Mancha asciende a más del triple el número de puestos discrecionales, sin contar la masa laboral contratada —no funcionaria— de las empresas públicas. Y lo mismo ocurre en los ayuntamientos que van a cambiar de gobierno a consecuencia del tsunami electoral de mayo; en el de Sevilla, uno de los más inflacionarios de España en empleo artificial, existe incluso un asombroso gabinete técnico de la Presidencia del Pleno, con su correspondiente dotación de personal encargado de asesorar la extenuante tarea del concejal que dirige —¡una vez al mes!— las sesiones de la corporación. Con esta pléyade de estampillados, el relevo de poder se va a convertir en una escabechina si los entrantes cumplen su programa de adelgazamiento burocrático. La trama clientelar encastrada en las instituciones de larga dominancia socialista otorga a la derrota un rango de shockcolectivo: no sólo supone un trauma político sino una multitudinaria experiencia dramática.

Es el problema de haber transformado la política en un modo de vida. El poder en España es una industria de la que dependen miles de empleos directos y muchos más indirectos a través de cientos de programas de actividades subvencionadas. Sólo que, aunque a menudo sus beneficiarios tienden a olvidarlo, se trata de una industria con alto índice de estacionalidad intrínseca. Para evitar los perniciosos vaivenes del turnismo se dotó de estabilidad a los funcionarios públicos en un intento de preservar su independencia, pero los aparatos de partido han soslayado el inconveniente creando enormes superestructuras administrativas paralelas compuestas por el llamado «personal de confianza». Es decir, correligionarios, miembros de la tribu adscritos al presupuesto por militancia o afinidad ideológica. Parientes políticos, en sentido tanto literal como figurado.

Esa altísima tasa de discrecionalidad transforma las elecciones en una batalla por la supervivencia, mucho más cruda en época de contracción del mercado de trabajo. Y forma parte de un oculto argumentario partidista que nunca aflora en la retórica oficial. Cuando el Gobierno anuncia su intención de agotar la legislatura contra la lógica de su propia extenuación política apela a razones de estabilidad de la gobernanza, pero está protegiendo también diez nóminas mensuales de miles de cargos públicos incrustados en la fontanería institucional. Los partidos funcionan como gigantescas oficinas de empleo y en cada coyuntura electoral se juegan un ERE masivo y despiadado. Por eso en este áspero debate del desalojo municipal y autonómico lo que subyace no es el montante de la deuda heredada sino el amargo resquemor de los privilegios perdidos.

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