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Columnas / AD LIBITUM

El gran charlatán

Ningún líder en ejercicio de poder está en condiciones de contagiar a ningún otro la enfermedad del despilfarro

Día 07/06/2011

EL Estado español pierde su fuerza por los agujeros que horadan en sus respectivos Presupuestos las diecisiete autonomías que lo integran y, por si quedara algún remanente, contribuyen al despilfarro con especial entusiasmo los cabildos, diputaciones y ayuntamientos —muchos, demasiados— que configuran el mapa administrativo de la Nación. En esto no hay «buenos» y «malos». Con matices meramente anecdóticos la conducta es pareja, independientemente de su coloración política, en todas las circunscripciones del poder. Cuando nos encontramos frente a un caso sangrante, como el que protagoniza José María Barreda a la hora de entregarle los trastos —y las cuentas— a María Dolores de Cospedal se ve, como en el viejo chiste contable, que debe de haber, pero no hay. José Bono, pionero en la forja del déficit y la deuda castellano-manchega, trata de salvar tan relevante y significativa circunstancia, santo y seña del modelo socialista de gestión pública, y dice que Barreda es el hombre más honrado que ha conocido. Y, ¿qué? No hablamos —todavía— de honradez, sino de rigor administrativo. La honradez es condición necesaria para quien ejerce la función pública, pero no es suficiente si no va acompañada de rigor, eficacia, buen sentido y el equilibrio y el orden propios de un buen padre de familia.

El inconmensurable Bono, perejil en todas las salsas que se guisan los sucesores, principal y secundarios, de José Luis Rodríguez Zapatero y que es gran maestro nacional del sofisma, hincha el pecho para, en defensa de su sucesor autonómico, decir con la gravedad propia de quien enuncia un postulado incontrovertible: «Con los 1.122 millones que debe Canal Nou se pagan las deudas de Castilla-La Mancha». Eso es verdad, pero no va más allá que afirmar que con un cachito del presupuesto de la NASA se llegaría al mismo resultado. Lo del Canal Nou, en cuyo desastre económico Francisco Camps ha continuado la obra de Eduardo Zaplana, no es distinto de lo que ocurre en las demás televisiones públicas españolas, incluida la de CLM que él mismo fundó. De lo que debiera tratarse no es de demostrar que «los otros» gastan más, sino de que todos reducen el gasto público a los mínimos que exige la difícil circunstancia presente. Para nuestra desgracia colectiva, aquí ningún líder en ejercicio de poder está en condiciones de contagiar a ningún otro la enfermedad del despilfarro porque todos son despilfarradores en parecida intensidad. Solo Alberto Ruiz-Gallardón y las ministras que viajan a Bruselas en escuadrilla pueden aspirar con fundamento a campeones nacionales de tan costosa especialidad del disparate.

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