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Columnas / MONTECASSINO

La cuestionable victoria de Mario

Humala ha utilizado hasta el hastío el apoyo de Vargas Llosa como certificado de pulcritud democrática

Día 07/06/2011

OLLANTA Humala ha ganado unas elecciones en Perú no aptas para virtuosos. Las dos candidaturas en puja en la segunda vuelta eran moralmente reprobables cuando no despreciables. Y ambas terriblemente peligrosas para el futuro de un país que en los últimos años ha sido algo así como el milagro del comienzo del siglo XXI, con paz social, el fin del terrorismo, crecimiento y prosperidad. Son varios los culpables de que los peruanos fueran puestos ante semejante terrible disyuntiva. Entre los primeros están, paradójicamente, los candidatos democráticos que acudieron a la primera ronda con programas razonables de proseguir por la senda de la libertad, el mercado y la justicia social en un marco pragmático de desarrollo. Tres de ellos, Pedro Pablo Kuzcynski, Alejandro Toledo y Luís Castañeda, con programas homologables en gran medida, podrían haber formado una opción imbatible que garantizara a Perú este futuro ya encauzado. Pero volcados en combatirse entre sí, ciegos de soberbia y pretendido liderazgo de la «opción sensata», se devoraron entre sí y resultaron eliminados en la primera ronda. Y dejaron a los peruanos en el terrible dilema de elegir entre «el cáncer y el sida», como tan acertadamente diagnóstico Mario Vargas Llosa al conocer los resultados de la primera vuelta. Desde entonces han pasado, por desgracia, muchas cosas y pocas buenas. La sociedad peruana se ha polarizado hasta extremos que harán muy difícil su reconducción hacia la convivencia y el diálogo que, pese a todos los sobresaltos, se había logrado en la pasada década. Y por primera vez en muchos años, la mitad de los peruanos despertó ayer con miedo. Un miedo profundo cargado de rabia, mucho más significativo y grave que el pánico con que abrió la Bolsa y que ya hace huir al dinero.

El dilema envenenado de los peruanos era aún más terrible para quienes, sin ser partidarios de ninguna de las dos opciones, han participado en esta campaña política. Porque recomendar el voto del mal menor necesariamente le hacía colaborador de una opción detestada. Ha sido el caso de Mario Vargas Llosa. Por su prestigio, autoridad moral e influencia, su lucha contra Keiko Fujimori, la hija de su odiado rival en las presidenciales que perdió, le han llevado al apoyo sin fisuras a la candidatura de un personaje al que en su día llamó de todo, desde «nazi» a «golpista». Ollanta Humala ha utilizado hasta el hastío, pero con demostrada eficacia, el apoyo de Vargas Llosa como el certificado de pulcritud democrática que le negaban tanto su biografía como sus intenciones expuestas en su programa inicial. Humala ha ganado. Pero avalado por Vargas Llosa. Que ha ganado también, ahora así, unas elecciones en Perú. Pero no desde luego con gente de su elección. Y desde luego carga con el aval de gente muy poco recomendable. Esperemos todos, por el bien de Perú y de nuestro querido y admirado amigo Mario, que no acabe siendo amarga esta victoria. La primera reacción del premio Nobel ha sido «un gran alivio porque hubiera sido trágico que para nuestro país que la dictadura de Fujimori y Montesinos hubiera sido reivindicada, legalizada por el electorado». De acuerdo. Pero otros, como Jaime Bayly, que hizo campaña para Keiko, creen que «un golpista es más peligroso que la hija de un golpista». La postura de Bayly fue la de la mayoría de los habitantes de Lima —un tercio del país—, cuya hostilidad hacia Vargas Llosa parece garantizada incluso si se revela sincera la improbable conversión de Humala de radical socialista e indigenista en moderado socialdemócrata ilustrado. Porque muchos creen que Keiko era un mal pasajero, mientras Humala lo será trágicamente irreversible.

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