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«The End»: Rigola se despide del Lliure

Rigola pasa el testigo a Lluís Pasqual en un momento de recortes en el presupuesto (el 15,6 por ciento) y juega un rato a Pirandello en la despedida.

«The End»: Rigola se despide del Lliure ROS RIBAS

SERGI DORIA

Un repaso a los ocho años al frente del Lliure permite constatar sin demasiado esfuerzo que a Àlex Rigola le gusta la contemporaneidad «trangresora», la adaptación o «relectura» de textos ajenos y el impacto audiovisual. Director capaz de dar con la excelencia y el exceso —recordemos de la primera «2666» o «Rock 'n' roll» y del segundo su demagógica «Santa Joana dels Escorxadors»— pone el cartel de «The End» con un montaje donde la parodia del «spaguetti-western» con música de Morricone se entremezcla con la autocrítica y la palinodia. Joan Carreras y Andreu Benito cultivan una impoluta dicción en castellano que recuerda a los doblajes de los años setenta hasta que el director, encarnado por Marc Rodríguez, se entromete en el argumento.

Rigola pasa el testigo a Lluís Pasqual en un momento de recortes en el presupuesto (el 15,6 por ciento) y juega un rato a Pirandello en la despedida. Rigola-Rodríguez decide caprichosamente el destino de sus personajes, al tiempo que nos advierte que a partir de ahora habrá que hacer de la necesidad virtud: si la acción transcurre en el desierto y no vemos dunas de arena, convendrá imaginar que están ahí. La tendencia venidera reclama desnudez dramática y reciclaje escenográfico.

Los diálogos repletos de tacos a la narcomexicana dará luego paso a la palinodia: el director saliente reconoce haber gozado de una privilegiada posición en el teatro público al tocarle la época de vacas flacas y no haberse «mojado» por otros colegas, sencillamente, porque en ese momento no le convenía. ¿Sinceridad expiatoria? ¿Modestia representada? Un poco de todo hay en «The End», un «divertimento» para la ceremonia del adiós, con el núcleo duro de los actores que han participado de los aciertos y los delirios de su director. Una obra a modo de «fin de curso» con sólo once ensayos para reconocer la faceta más plúmbea de la escena contemporánea, echar alguna puyita al conseller Mascarell, reírse saludablemente de uno mismo al verse multiplicado en otros «rigolas» y concluir el festejo con un rebaño de ovejas que dieron buena cuenta, balando, de una bala de paja. Las otras balas, del narco-western, eran de fogueo. Tampoco se trataba de «prendre mal».

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