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la lupa

No significamos nada

El nacionalismo cultural sigue sin asumir que quienes protestaron son tan gallegos como ellos

andrés freire

LOS medios anglosajones tienen como norma deontológica que, quien opina sobre algo en lo que tiene intereses económicos, ha de alertar de ello al lector. Me acuerdo de esta obligación cada vez que escucho a un santón nacionalista opinar sobre la lengua. Ellos dicen «mi patria», «mi cultura» y «mi identidad». Otros, más cínicos, creemos que deberían añadir «mi sueldo». Aunque solo sea para entender la pasión feroz con la que atacan a la disidencia.

Viene esto a cuento de las reflexiones en «El País» de un grupo de mandarines culturales sobre el estado da lingua . El más radical ha sido el malhumorado Víctor Freixanes: « O PP e os seus aliados utilizaron a cuestión da lingua para abrir un conflito que, no caso de existir, existía moi localizadamente en segmentos da población que non significaban nada ». Es habitual dentro del nacionalismo esta idea, la de vincular la ruptura del consenso lingüístico con «el PP y sus aliados». Aceptemos por un segundo que el consenso, participio irregular del verbo consentir, sea algo deseable (nos cuesta creerlo; si del consenso dependiera, la raza humana habitaría todavía la caverna). Pero el famoso consenso jamás existió. Lo que había era un acuerdo entre las élites culturales y políticas del país, surgidas con el estado autonómico, para imponer su neolengua a los nativos, ya fueran estos castellanohablantes, ya hablasen el gallego tradicional pre-normativo. La Xunta de Fraga copió las leyes catalanas, los culturetas se hacían con las muchas sinecuras y subvenciones, la gente seguía hablando lo que le petaba.

El bipartito rompió este impasse con un nuevo y radical decreto de lenguas en la enseñanza. Un decreto —Freixanes prefiere olvidar esto— que el Partido Popular apoyó en un principio. Entonces, sectores críticos de la sociedad, personas tan antiguas que aún se consideran ciudadanos con derechos y no lacayos de la casta y de la tribu, decidieron movilizarse y presionar. El PP, temiendo por sus resultados electorales, los apoyó a regañadientes. Se presentó a las elecciones prometiendo el cambio del decreto y las ganó con mayoría absoluta. De ello se deducen dos cosas: a/el consenso no era más que silencio, b/esta protesta no era ni tan minoritaria ni tan impopular como pensaba el nacionalismo.

Aún así, para Freixanes, los críticos siguen siendo «segmentos que no significan nada». No son nadie, solo entidades nulas y vacías, que no tienen derecho a ver su existencia reconocida. Comprobamos, pues, que, a pesar de su derrota, el nacionalismo cultural sigue sin asumir que quienes protestaron son tan gallegos como ellos, ni pocos ni silenciosos, y que están aquí para quedarse. Por más que los Freixanes escupan rabia contra quienes ponen en peligro su negocio, perdón su lengua.

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