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Larga vida a Madame Bovary

Llega la primera versión teatral en español del clásico de Gustave Flaubert, bajo la dirección de Magüi Mira

ALEJANDRO CARANTOÑA

Madame Bovary nunca ha necesitado un lavado de cara. Como dice Magüi Mira, la directora de la primera adaptación teatral en español de la obra maestra de Gustave Flaubert: «Madame Bovary somos yo, Ana [Torrent, quien la encarnará], usted y usted y usted y usted y usted...», subraya, señalando uno por uno a los asistentes de la presentación de este nuevo montaje. Lo hace en una mañana soleada, en uno de los apabullantes salones de la residencia del embajador de Francia en Madrid.

Una novela transgresora, erótica, sensual y profundamente cruda que a Flaubert le costó cinco años de ensimismamiento componer y varios quebraderos de cabeza superar; una novela que ahora tendrá que encontrar, en palabras del coautor de la adaptación, Emilio Hernández, un «lenguaje teatral propio. Es muy difícil hacer una adaptación cinematográfica, o en otro medio distinto del de la novela, de una obra tal cual».

Así, Mira y Hernández han optado por una vía que no por esencial se presenta fácil. Al contrario: reducir Bovary a sus cuatro personajes centrales (Ana Torrent como Emma Bovary, Juan Fernández como Carlos Bovary, Armando del Río como Rodolfo y Fernando Ramallo como León), en vestirlos («Con licencias», dice Mira) a la usanza de 1856 y en envolverlos con la música original de David San José y la iluminación de José Manuel Guerra.

No obstante Flaubert, que se consideraba un orfebre de la palabra, se preocupó muy mucho de infundir al texto original detalles, imperceptibles para el lector contemporáneo y ya sutiles en su época, mediante el uso de términos e imágenes escogidas para dar cuenta de su lugar en el mundo. Por un lado, Mira acusa la urgencia que tenían de «que eso resultara tangible y real» mediante el texto; y, por otro, Ana Torrent reconoce el «trabajo que queda por delante». También deja entrever el cosquilleo del actor que se encuentra ante un «papelazo... y un papelón».

Por último, llama la atención de esta primera novela moderna, igual que en Stendhal, o en Maupassant, el «truco» que se opera en cuanto a los ritmos: publicada en fásciculos, destinada a una lectura extendida en el tiempo, la novela ha de terminar con un tramo final en el que todo lo anterior cobre sentido, en el que las piezas encajen de golpe.

Hernández, meditabundo, se frota las manos sentado en el sofá, algo apartado de la copa que ofrece el embajador: «Era necesario plasmarlo. Jugábamos con un tiempo limitado, pero la estructura del espectáculo está muy pensada para que quede reflejado de alguna forma: al principio el protagonista parecerá el personaje que no es, luego se producirá un pequeño desorden y, en el último tercio, Emma Bovary se abrirá por completo».

El montaje, cuyos ensayos comienzan en septiembre, se estrenará el 2 de diciembre de este año en el Teatro Principal de Alicante, para luego recalar en el Teatro Bellas Artes de Madrid en enero.

Aunque Magüi Mira insiste en la raigambre contemporánea de la obra, en unos mimbres urdidos sobre la entrega y la personalidad de los actores, es imposible que, con los ceniceros de la residencia del embajador llenos, los pies deslizándose sobre las gruesas alfombras y los ventanales abiertos sobre el jardín repleto de plátanos de sombra, no nos transportemos a otro tiempo: Jesús Cimarro, productor, lo profiere bien claro: «¡Larga vida a Madame Bovary!»

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