UNA campaña electoral es el tiempo acotado y previo a la celebración de unos comicios para que los candidatos que aspiran a ser elegidos convenzan a sus electores de lo que ya están convencidos y radicalicen su animosidad quienes, lejos de ellos, han decidido ya su voto por otras opciones distintas. Es decir, se trata de algo bastante inútil; pero forma parte de la liturgia democrática y toma razón de tiempos pasados, previos a la comunicación audiovisual, en los que los ciudadanos solo tenían conocimiento de sus potenciales representantes a través de la pluma de algún cronista de periódico y, propiamente, en campañas como la que hoy comienza de cara a las municipales y autonómicas del próximo día 22. Tiempos en los que el mitin tenía razón de ser.
La degeneración partitocrática, la enfermedad que debilita nuestra democracia, ayudada por la uniformidad de planteamientos que imponen el marco europeo en el que nos movemos y la crisis que nos paraliza, va sustituyendo las ideas que nacen de la razón por los símbolos que se arraigan en la fe y eso, nada deseable, es lo que se promueve en la campaña. Los programas, que tienden a desaparecer, ya no mantienen esa apariencia contractual por la que un candidato se compromete a ponerlos en marcha si resulta elegido y todo se queda en un marquismo político equivalente al mercantil que nos conduce a elegir entre la Coca Cola y la Pepsi. Tanto esfuerzo a lo largo de un par de siglos para construir sistemas parlamentarios y representativos, como el que exige la Constitución vigente, para terminar eligiendo una gaviota o un puño y una rosa.
La campaña que ya está en curso quiere ser entendida por los dos grandes partidos como unas «primarias» con vistas a las legislativas del año próximo. Mal asunto. Sería deseable que quienes aspiran a ser alcaldes en nuestras ciudades y pueblos, o presidentes en las Autonomías en las que toca, explicitaran, y con detalle, sus planes de actuación, las prioridades que marcan sus proyectos e, incluso, las personas que les acompañarán en sus órganos de gobierno. La hemiplejia política nacional acostumbrada, las izquierdas y las derechas, cuentan poco y tanto menos cuanto menor es el ámbito territorial del poder. Especialmente en los ayuntamientos, lo inteligente y cívico es votar proyectos y personas. Las siglas, desideologizadas y crecientemente parejas en su vaciedad, no garantizan mucho. De ahí que muchos les quedaremos muy agradecidos a los candidatos, a todos, que nos cuenten, mejor que lo malos que son sus adversarios, lo buenos que son ellos y lo excelente que resulta su proyecto. ¿Una quimera?


