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Columnas / UNA RAYA EN EL AGUA

El vuelo de la memoria

Un memorial de la batalla de Inglaterra voló sobre los novios como un guiño nacional de íntimo orgullo histórico

Día 30/04/2011

FUE un leve detalle, un pequeño guiño final inadvertido para los comentaristas atentos a las pamelas de las invitadas, al beso de los novios o a la sonrisa estratégica y seductora de Pippa Middleton. Fue una delicada, exquisita pincelada de orgullo memorial en el gran cuadro solemne de la boda. Estaban los recién casados en el balcón de Buckingham, ante una densa multitud de narices pegadas a la gran verja del palacio, cuando una escuadrilla aérea pasó a modo de homenaje en vuelo rasante sobre la escena. No se trataba de unos aviones cualquiera. Junto a modernos aparatos de la Royal Air Force volaban veteranos Spitfire y Hurricane de la Batalla de Inglaterra, como reliquias de aquel terrible y heroico otoño del 40 en que Londres resistió de pie agarrada al sueño de la libertad. Era un gesto de dignidad histórica, una señal íntima de autoestima nacional. Allí estaba, por encima del brillo de la tradición, de las joyas de la Corona engarzadas en la tiara de Kate, más allá del esplendor majestuoso de la ceremonia, del escalofriante himno cantado a coro en Westminter, de los heraldos trompeteros que recibieron a la Reina como fantasmas de la etapa Tudor, el testimonio de la página más dura y emotiva de la reciente historia británica. Allí se hacía presente el espíritu de responsabilidad del tartamudo rey Jorge, la memoria de los bombardeos y las privaciones, del «we will never surrender» churchilliano, del sacrificio de una generación completa de jóvenes y de la entereza de un pueblo determinado a no capitular. Fue sólo un instante, una breve y discreta línea intercalada en el epílogo festivo de una mañana de colorín y dulce sentimentalismo de couché. Pero era como la firma escrita en el cielo de un país que sabe enorgullecerse de sí mismo.

Y de qué manera. Un país cuya última guerra civil transcurrió en el siglo XVII no encuentra en su conciencia colectiva agravios ni rencores con los que dividir su concordia. Su monarquía ha vivido recientes episodios estrafalarios y se ha autolesionado con contumacia pero continúa siendo el símbolo y la garantía de una legendaria estabilidad institucional y política. El sentimiento patriótico está fuera de debate y un excepcional hábito de libertad permite con comodidad cualquier disidencia. El evidente empalago ante el almíbar rosa de la boda principesca ha tenido estos días acogida confortable y natural en amplios sectores de la opinión pública. Ayer mismo, un diario londinense ofrecía en su edición on-line un click para ocultar el torrente de información sobre el enlace. Y algún ácido columnista ha podido definir a la nueva princesa con la pluma mojada en vitriolo: «Parece una glicinia: bella, perfumada… y trepadora».

Pero es una nación que sabe distinguir sin sentimiento de culpa lo anecdótico de lo esencial, lo contingente de lo importante. Y esos viejos aviones de la RAF dan fe de un concepto de la identidad que nunca está en saldo.

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