JOSÉ María Aznar, a quien sus cuidadores parecen haberle cambiado las pilas, estuvo a punto de arrollar electoralmente en 1993 a Felipe González, y lo consiguió en el 96, con la promesa luego incumplida de una «regeneración democrática». Sospecho que esa es la demanda más sólida y frecuente de cuantas integran el sentir de la ciudadanía y, por la derecha y la izquierda, la quimera que mantiene viva la, en muchos aspectos caducada, Constitución de 1978. María Dolores de Cospedal, a quien le sobra talento y le falta garbo, debe tenerlo claro porque en sus últimas apariciones públicas, sin atreverse a decir «regeneración» —supongo que palabra proscrita en las prescripciones electorales de Pedro Arriola—, frecuenta el concepto de «recuperación nacional». Así lo hizo ayer en esta casa y, de inmediato, los tambores de la jungla electrónica repitieron el mensaje para alimentar esperanzas electorales.
Ignoro lo que Mariano Rajoy opinará al respecto. El líder del PP sintetiza actualmente en su figura los tres monos sabios de la cultura nipona: no ve, no oye, no dice y parece afectado por el «síndrome Cameron». Teme, como le ocurrió al hoy primer ministro del Reino Unido, que la publicación de algo parecido a un programa, una receta para remediar los males que nos afligen, le cueste puntos en las encuestas y, como se sabe, la partitocracia es un procedimiento sutil de degeneración democrática que consiste en anteponer la demoscopia a los supuestos ideológicos y éticos e, incluso, al valor de las urnas propiamente dichas.
Quizás alguien con autoridad suficiente para ello debiera sugerirle a Cospedal una cierta precisión terminológica. Aznar dejó inservible la palabra «regeneración» y la «recuperación» que ahora maneja la número dos del PP se queda vieja. Ya no es suficiente con volver a donde estábamos. Es tanto el destrozo generado durante las dos legislaturas presididas por José Luis Rodríguez Zapatero, en lo económico como en lo social y, especialmente, en la política exterior de España, que la gravedad de la situación exige algo más expeditivo. Seguramente el verbo es «renovar».
Y, ¿qué es renovar?, podría preguntarse. Pues renovar, referido a Cospedal, es meter en cintura democrática y profesional a las televisiones públicas controladas por el PP antes de reclamar la neutralidad de TVE y, al hacerlo, acudir —a través de la correspondiente comisión de control y el consejo de administración— al consensuado e inútil presidente Alberto Oliart en lugar de tratar de sacarle los colores a una profesional que ni tiene culpa ni es especialmente significativa en el abuso que se denuncia.


