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Garzón, el goleador goleado

Ha pasado del cielo al infierno en solo dos años. Ahora afronta desde su «exilio» en La Haya tres procesos por prevaricación

NIEVES COLLI

Febrero de 2009 es clave en la trayectoria de Baltasar Garzón. El día 6 de ese mes, viernes, saltó a los medios de comunicación el «caso Gürtel (correa en alemán)», una trama de corrupción en la que se verían implicados varios cargos del Partido Popular y cuyas ramificaciones llegaron a salpicar a Francisco Camps, el hombre fuerte de los «populares» en la Comunidad Valenciana. Es el propio juez quien se muestra convencido de que a raíz de esa investigación su vida sufre un giro copernicano. Pasa de ser delantero goleador a portero goleado. Comienza ahí el declive de un magistrado que parecía intocable y que, a día de hoy, acumula tres causas penales en el Tribunal Supremo. Al menos por dos de ellas —«memoria histórica» y escuchas de «Gürtel»— deberá sentarse en el banquillo de los acusados y enfrentarse a graves acusaciones por las que podría ser apartado de la carrera judicial durante un máximo de veinte años. Pendiente de desenlace está el tercer procedimiento, abierto para investigar si recibió dinero del Banco de Santander durante su estancia académica en Nueva York.

Baltasar Garzón Real (nacido en Torres, Jaén, en 1955) no es fácil de amedrentar. Sus amigos saben que es hombre de paso adelante, de órdago, y que ha dado muestras suficientes de saber salir airoso de numerosas situaciones difíciles. «Cuando vienen tiempos malos, hay que aguantar y apretarse los machos», dice el juez, tratando de poner en práctica las enseñanzas de su padre.

Incluso en estas horas bajas, cuando le asalta el íntimo convencimiento de que será condenado, procura mirar hacia adelante y centrarse en sus más inmediatos proyectos, ambos fuera de España, merced a su prestigio internacional: en la actualidad trabaja como asesor externo de la Fiscalía del Tribunal Penal Internacional y, cuando termine su contrato, ayudará al gobierno de Colombia en la lucha contra las FARC.

Fuera de España

Lo que tiene claro es que su regreso a la Audiencia Nacional, donde ha prestado servicio durante 22 años y de la que se despidió en mayo del pasado año con lágrimas en los ojos, es prácticamente imposible. En alguna ocasión ha llegado a confesar ante sus conocidos que no quiere volver, que su sitio ya no está allí. E incluso tiene dudas de que esté dentro de nuestras fronteras, donde, antes de su imputación, cada intento de promoción dentro de la carrera judicial (quiso presidir la Sala de lo Penal y también la propia Audiencia Nacional) se quedó en eso, en mero intento.

Desde los primeros meses del año pasado, cuando el Supremo admitió a trámite las dos últimas querellas, ya se rumoreaba que la única salida posible para Garzón estaba fuera de España. Siempre a través de terceros, al magistrado le llegaron mensajes, supuestamente del Gobierno, con los que se le recomendaba abandonar la Audiencia Nacional. Sólo a cambio de su retiro se archivarían las tres causas penales. «Si quieren sacarme de aquí, será con los pies por delante», comentó entonces el magistrado a alguna persona allegada. Y se puede decir que así ha sido, pues Garzón dejó su juzgado a la fuerza en mayo de 2010, con una suspensión cautelar para el ejercicio de su profesión.

Su trayectoria profesional es un espejo del ímpetu que le caracteriza. Su origen humilde (su padre era empleado en una gasolinera) le obligó a trabajar para poderse pagar los estudios. Tras dudar entre Medicina y Derecho, eligió las leyes como herramienta y aprobó la oposición, a la primera y con el número 11 de su promoción, en 1981. Sólo siete años más tarde se convertía en juez de la Audiencia Nacional, un destino que eligió convencido de que podría contribuir a la Justicia (con mayúscula) e ignorante de hasta dónde le llevaría.

Pronto se haría famoso y para él se acuñaría el término «juez estrella», que Garzón ha preferido interpretar en positivo, «como algo que da luz, que ilumina...» Su peculiar manera de trabajar le ha granjeado tantos elogios como críticas. Y es que Garzón, igual que su Barça o que el Real Madrid, despierta odios y simpatías a partes iguales. Pero a nadie deja indiferente.

Hay quienes ensalzan su figura por haber hecho lo que ningún otro se atrevía a hacer, como buscar la «X» de los GAL, ordenar la detención de Pinochet o desmantelar la Ucifa; o lo que a nadie antes se le había ocurrido, como encarcelar a la «mesa nacional» de HB, considerar terrorismo la «kale borroka» y desmadejar el entramado político, social, económico y mediático de ETA. También fue pionero en la apertura de cauces de colaboración con los jueces antiterroristas franceses y, en 1989, se convirtió en el primer magistrado español que viajaba a Francia para interrogar a miembros de la banda detenidos allí. En aquella ocasión, fueron los jefes etarras José Antonio Urrutikoetxea Bengoetxea «Josu Ternera», Santiago Arrospide Sarasola «Santi Potros» y Elena Beloki. El viaje lo hizo con la fiscal Carmen Tagle, asesinada poco después por ETA, y cuyo retrato le acompañó desde entonces en su despacho de la Audiencia Nacional.

Pero sus críticos puntualizan que toda su fama se ha basado en su forma de instruir los sumarios, muchas veces en el límite de lo permitido por la ley. Y como ejemplo de ello utilizan ahora, precisamente, los casos de la «memoria histórica» y de las escuchas de «Gürtel». En ambos procedimientos se imputan a Garzón sendos delitos de prevaricación. El magistrado y ex vocal del Consejo General del Poder Judicial José Luis Requero lo resume así: «Ha acuñado una forma de hacer Justicia en la cual el fin justifica los medios».

En el camino recorrido desde ese lejano 1988 de su estreno en el Juzgado Central de Instrucción número 5, Garzón ha dejado amigos, pero también muchos enemigos. La escritora italiana Loretta Napoleoni, que acaba de publicar el libro «Garzón, la hora de la verdad», dice de él que «ni es de izquierdas ni de derechas, sino sólo de sí mismo». Lo cierto es que Garzón ha sido un juez incómodo para el poder y los gobiernos de turno nunca se han fiado de él, salvo en lo tocante a la lucha antiterrorista, en la que ha sido una herramienta útil.

Tras su paso por la política con el PSOE, a Garzón no le tembló el pulso para reabrir los GAL (octubre de 1994) y poner contra las cuerdas a la cúpula de Interior; y tampoco dudó en tocar al PP con los casos «Lino» y «Gürtel» pese a la estrecha colaboración que llegó a mantener con miembros de los gobiernos de Aznar para acorralar al «complejo ETA» al mismo tiempo que en Moncloa se cocinaba la Ley de Partidos.

Venganza y defensa

Ocurrió con los GAL en 1994, y ahora con el sumario del «chivatazo» a ETA. Sus críticos aseguran que ha utilizado determinadas investigaciones a su antojo, para vengarse o para defenderse. Lo primero (la venganza) se le atribuye con la investigación de los GAL, sumario que reabrió tras su regreso a la Audiencia Nacional por sus diferencias con Felipe González y dolido porque no fue nombrado ministro («eso es falso —ha asegurado el juez—; en ningún momento hubo una relación causa-efecto, y el que conozca la actividad judicial lo sabe»). Y lo segundo (su autodefensa) habría sucedido con el «chivatazo», investigación que le reprochan haber guardado en el cajón a la espera de ver si el Gobierno le ayudaba a salir del atolladero de sus procesos en el Supremo. Habría sido su as en la manga contra el Ejecutivo.

También «Gürtel» arrancó cargado de polémica al denunciar el PP que se trataba de una persecución organizada contra el partido. El episodio de la cacería compartida por Garzón con su gran amigo y entonces ministro de Justicia, Mariano Fernández Bermejo, el mismo fin de semana que los primeros detenidos de la trama permanecían en los calabozos de la Policía, alimentó todo tipo de especulaciones. Bermejo se vio obligado a dimitir y, con el tiempo, Garzón también ha sido noqueado.

Las críticas de las que Garzón es objeto, especialmente dentro de la carrera judicial e incluidas las de muchos magistrados del Tribunal Supremo, contrastan con la magnífica relación que ha mantenido siempre con las Fuerzas de Seguridad, en especial con la Policía. Es un secreto a voces que el magistrado ha mantenido con la Policía Judicial un elevado grado de complicidad y que los investigadores han preferido poner sus pesquisas en manos de Garzón antes que en las de otros jueces.

«Marcar el territorio»

La dedicación de Garzón a su trabajo como juez ha sido, como él mismo asegura, una decisión «voluntaria». De ahí que haya aceptado y aprendido a vivir con las interferencias lógicas de una profesión como la suya en su vida personal. Interferencias que van desde el mal menor que supone estar obligado a vivir con escolta, hasta la pesadilla de sufrir amenazas y presiones de todo tipo. Garzón no oculta que ha padecido escuchas telefónicas, vigilancias y que alguien entró en su casa y dejó una piel de plátano en su cama de matrimonio. Su antídoto ha consistido en «marcar el territorio» con el fin de dejar bien claro que no iba a ser posible doblegarle.

En los momentos difíciles, antes y ahora, gran parte de la fuerza que ha ayudado a Garzón a seguir adelante se la ha infundido su mujer. Ella, cuenta, es quien le ha animado en sus investigaciones, y es también quien le ha aconsejado sobre cómo afrontar las presiones y las amenazas. Pese a su casi enfermiza dedicación al trabajo, la familia es un punto de apoyo imprescindible para Garzón, cuyo lado humano permanece prácticamente oculto para el gran público. Si algo le ha dolido especialmente de su obligado «exilio» en La Haya ha sido no poderle dedicar todo el tiempo que le habría gustado a su hija y a su primera nieta, que en estos días cumplirá su primer año.

El magistrado, el personaje inaccesible y temido por sus interrogatorios, es también, a la postre, un hombre sensible que confiesa estremecerse sólo ante una cosa: la muerte y el sufrimiento de un niño. En una ocasión, hace ya muchos años, un niño de algún pueblo indígena conoció a ese otro Garzón: al que le trajo a España, le procuró la atención médica que sus malformaciones de columna requerían y le alojó en su casa hasta su completa recuperación. Fue para él su segundo padre.

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