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Los otros pilotos que asaltan Jerez

Miles de moteros recorren en grupos cientos de kilómetros para llevar también sus máquinas al Gran Premio

J. M. SÁNCHEZ

Con el cuerpo dolorido tras cruzar el corazón de la Península por la Ruta de la Plata , lo primero que miles de motoristas desean es una buena ducha para relajar los músculos; como ráfaga, el deseo se repite una y otra vez a medida que uno se aproxima al destino y solo desaparece justo en el momento en que se aparca la moto.

Es necesario tocar tierra para estrujar al máximo un fin de semana en el que Jerez volvió a erigirse como el gran circo de las dos ruedas y donde muchos optaron por transitar la autovía con más kilómetros de España.

Pareciera que, por la emoción, el cansancio desaparece, pero siete horas de viaje apretando los muslos contra el depósito para recorrer 636 kilómetros desde Madrid no es moco de pavo, aunque algunos como Ignacio Aurrecoechea se lo ve hecho. Así inició su viernes: partió de Bilbao para pasar un par de días rodeado de sus amigos en Sanlúcar de Barrameda .

Cada año montan su aventura subidos en estos caballos de acero con motivo del Gran Premio de España . El ambiente nunca defrauda, pero hay quien advierte que desde hace tiempo «la fiesta pierde encanto». Para este grupo de intrépidos moteros el trayecto es una excusa para pasar tres días con buenos amigos y, para ello, en esta ocasión emprendieron el viaje sin sus mujeres porque «se quejan demasiado cuando van de paquete», explica uno de ellos.

Gran parte de los visitantes suele salir el jueves con calma pero la mayoría lo hace el viernes, aunque en esta ocasión se han apreciado muchas motos el sábado de los entrenamientos.

Si la carretera no te apasiona la aventura puede ser un infierno. Para unos puede resultar la experiencia más excitante del mundo pero, para otros, es un sufrimiento. Julia Gonzalo , directora financiera, va de paquete pero «te duermes, es aburrido, ya que la experiencia de ir detrás no tiene nada que ver con conducir».

Hay que estar dispuestos a aguantar varias horas asumiendo riesgos, viento, mosquitos y, sobre todo, tratar de sortear el cansancio. O bien, hay quien opta por tomar el camino fácil: cargar "la burra" en un remolque, tal y como han actuado buena parte de los visitantes como el caso de José Luis Orejana que han decidido, «por comodidad», venir en coche arrastrando su Honda CBR. «Cada vez hay más gente así», añade.

Entre acelerón y acelerón, los motoristas hacen gala de un código de compañerismo muy particular a la hora de preparar todo el material. Nacho, por ejemplo, surte de tapones para los oídos al resto de sus acorazados compañeros pese a que él no los necesita, reconoce.

Nada más llegar a la primera parada, en Navalcarnero («donde nos reunimos cada año») uno por uno se van fundiendo en un abrazo. Todos los efectivos preparados y a soportar la experiencia. «Es una superación». Este no es un juego de quien llega el primero gana; lo principal es llegar. Una hora más o menos. Eso da igual.

Porque la carretera hace estragos y más el domingo del Gran Premio, día de más concentración de motos. El único accidente con más de una víctima mortal fue el registrado a la altura del municipio gaditano de Algodonales, dirección Jerez, donde dos personas fallecieron y otras seis personas resultaron heridas en un accidente de tráfico entre dos vehículos y dos motocicletas.

A lo largo de los diferentes trazados decenas de motoristas se van cruzando unos con otros, resistiendo estoicamente sobre sus cabalgaduras y saludando al porvenir. Todo está atiborrado de un cierto misticismo.

Haciendo varias paradas, eso sí, como los que partieron de Madrid. En cada estación de servicio, en cada gasolinera, en cada recóndito lugar, se aprecia cómo muchos de ellos, con las piernas entumecidas, descansan y aprovechan para beber mucho líquido, ya que conducir una moto deshidrata mucho. Hay que mantener el tipo. Es la primera parada técnica obligatoria: cigarro y agua.

Reina la camaradería

Simpáticos y con ganas de parlotear, el descanso exigido por el cuerpo se demora varios minutos entre preguntas anodinas y eufóricas presentaciones. Todo el mundo aprovecha para sugerir rutas alternativas o comentar las características de sus máquinas.

En Fuente de Cantos , y vislumbrando ya cerca el final del destino -a 206 kilómetros de Jerez-, la noche hace mella en la euforia, que se convierte en extenuación. Allí, mientras anónimos Lorenzos y Pedrosas limpian de mosquitos las viseras de los cascos, Alejandra González advierte que «llevamos 500 kilómetros y seguimos vivos» pero se muestra «feliz».

Por la noche, Jerez se transforma, cambia su vestido original y se convierte por unos días en la ruidosa ciudad de los moteros, que van llegando en bandadas abarrotando zonas de acampada y tomando los bares y hoteles que circundan a ritmo de ensordecedores tubos de escapes.

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