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Trasplantes que unen para siempre

Tiempo límite. Dos opciones: lista de espera para un órgano de cadáver o conseguir un donante vivo. En seres queridos, no hay hueco para la duda

Trasplantes que unen para siempre JOSÉ JUAN MULLOR

TATIANA G. RIVAS

Nunca pasó por sus cabezas que la cicatriz que les dejaría el trasplante al que se sometieron llevaría grabada la más profunda marca del amor. «Mi mujer es lo que más quiero y quería sacarla cuanto antes de la diálisis»; «mi hijo no se iba a morir, no si yo podía darle parte de mi hígado»; «es mi hermano, no dudé en darle uno de mis riñones para que volviera a ser el de antes».

Son las razones de peso que llevaron a Ariolfo, María Dolores y Julio a dar más esperanza de vida a sus parientes. Donantes vivos les llaman, la mejor solución, según los especialistas, para una lista de espera, que el 1 de enero de 2011 contaba con 5.500 receptores desesperados; un repertorio de nombres que acaba, en algunos casos, cincelado en el mármol de la sepultura sin haber recibido un órgano. España es líder en materia de donación y trasplantes desde hace 19 años. El carácter solidario de los españoles, como lo describe la Organización Nacional de Trasplantes (ONT), hizo que 2010 registrara máximos históricos de trasplante renal de donante vivo. Estos datos hay que agradecérselos a héroes como los que se encuentran en estas páginas.

MARILÓ Y ALBERTO

«Decían: “Un hijo se puede sustituir, una madre no”»

Alberto llegó al mundo aparentemente sin ninguna anomalía; sin embargo, en sus dos primeros meses de vida no cesaba de llorar. Tampoco perdía el tono amarillento que se adueñó de su cuerpecito. «No sabíamos lo qué le pasaba», recuerda Mariló, su madre. Tardaron poco en poner nombre a la patología del bebé: atresia biliar (la bilis no sale del hígado a través de los canales biliares y el hígado se atrofia, repercutiendo en otros órganos vitales).

Cuando Alberto tenía 50 días de vida llegó el primero de una larga cadena de ingresos hospitalarios. Los médicos se lo dejaron claro: «En menos de dos años, necesitará un trasplante de hígado». El mundo se les vino encima. Cuando alcanzó los 60 días, le operaron por primera vez. Intentaron frenar la enfermedad por todos los medios, pero la situación se complicó antes de que Alberto cumpliera los dos años, tal y como predijeron los especialistas. «Empezó a vomitar sangre. Tenía una hemorragia digestiva».

«Podía morir esperando»

En Almería, donde viven, los médicos no sabían qué hacer. Un helicóptero trasladó al niño desde la ciudad costera hasta el hospital madrileño de La Paz, donde permaneció ingresado tres meses hasta que le trasplantaron.

Desde su hospitalización, Alberto entró en la lista de espera de hígados. «Pregunté al médico si se había dado el caso de algún niño que esperase un hígado y hubiera muerto sin recibirlo. Me dijeron que muchos». A María Dolores le ardió la sangre al escuchar esa respuesta. No dudó en que ella o su marido proporcionarían la parte de su cuerpo que necesitaba su hijo para seguir con vida. Se hicieron las pruebas y fue la mujer la más compatible. «Mi familia no quería que yo fuera la donante y los doctores me aconsejaban que un hijo se podía sustituir, pero una madre no», recuerda Mariló.

Doble mazazo

«Tenía miedo —continúa—, pero no podía decirlo. Yo era la vela del barco. Si caía yo, caían todos conmigo. Me lo pintaron fatal. Me explicaron que podía morir, que podía pasar de ser donante a receptora, que no saliera bien, que mi hijo lo rechazara». Todas las cartas estaban sobre la mesa; todas menos una: la huida de su marido. Justo un día antes de que Mariló y Alberto ingresaran para la intervención, el marido y padre cortó la relación: «Me dijo que era demasiado para él, que le superaba y que se tenía que acabar». Y se fue.

Pero a esta madre coraje no le faltó el valor para tirar ella sola con su hijo hacia adelante. Alberto continuó en La Paz. A ella la llevaron al Ramón y Cajal. A dos kilómetros el uno del otro les operaron. Llegó la anestesia: tres, dos, uno... cuando Mariló despertó, el dolor era terrible. «Solo pensaba que todo lo que estaba sintiendo yo, también lo sentía mi hijo. Era lo que más me dolía», rememora. Alberto tardó tres meses en recuperarse en el hospital. A la semana de la operación tuvieron que volver a abrirle por peritonitis. A los diez días tuvo un amago de rechazo. Después volvió al quirófano por una fístula biliar.

Han pasado cinco años desde aquello que Mariló define como «el año más difícil de mi vida». Gracias a esta mujer, el pequeño está a punto de cumplir 7 años. Se medica a diario cada 12 horas con tres tipos de pastillas, pero es un niño normal «y feliz». Eso sí, el rechazo del hígado «es una guillotina que no sabes cuándo va a caer», expresa. Pese a la amenaza de que Alberto tenga que pasar por un segundo trasplante, Mariló es optimista.

ARIOLFO Y ROSARIO

«No quería su riñón por si le pasaba algo»

JOSÉ ALFONSO 

Hace cuatro años comenzó el calvario para Ariolfo y su esposa, Rosario. «Acudí al médico porque me dolía la cabeza y tenía la tensión alta. De ahí me diagnosticaron insuficiencia renal», relata ella. «Durante los últimos tres años, los médicos han intentado frenarle la enfermedad», cuenta su marido; pero la patología fue ganando terreno hasta hasta el punto de tener que recibir diálisis hasta tres veces por semana. Un tratamiento que llevó aparejada la incorporación de su nombre a la lista de espera de un riñón. «Su mujer lo necesitará tarde o temprano». Esas palabras, en boca de una de las doctoras que atendió a Rosario, llevaron a Ariolfo a no dudar en proponerle a la especialista, sin consultarle a la afectada, dar uno de sus riñones a la mujer que le ha dado tres hijos, la misma con la que mantiene una relación de 21 años.

«Cuando me enteré, me negué. No quería que le pasara nada a mi marido», manifiesta Rosario, quien sintió miedo y tensión en las horas previas a la intervención. «Yo no tuve temor. Quería que se curara cuanto antes», señala Ariolfo. El 29 de enero les intervinieron en el mismo quirófano. «No hay más muestra de amor», sostiene ella con una gran sonrisa, recuperada y con tres riñones en su interior.

JULIO E HILARIO

«Estaba hundido; mi hermano me ha devuelto la vida»

josé alfonso 

«Tiene usted un problema grave». La doctora fue contundente tras palparle. Hilario pesaba 107 kilos y solo visitó al médico para adelgazar, pero la poliquistosis de sus riñones saltó a la palestra. La misma le generaba insuficiencia renal, un camino bien trazado para quien la padece: medicación, diálisis in crescendo y trasplante. «Con esta enfermedad estás limitado. Solo te encuentras bien cuando vas a la diálisis, pero luego sales machacado», apunta Hilario. Dolor, muchos mareos, imposibilidad de beber agua, nada de fruta, «hasta comía lentejas y fideos con tenedor», detalla en su larga lista de antiguas limitaciones. Pero ahora es un hombre nuevo. Tiene muchos planes de futuro. «Me quiero hacer un viaje con mi mujer, que se lo merece por todo el tiempo que nos ha quitado esta enfermedad», manifiesta Hilario, quien revela que antes del trasplante, al que se sometió en diciembre de 2010, «estaba hundido. Mi hermano me ha dado la vida de nuevo».

Julio no se lo pensó dos veces y su caracter demuestra que es un hombre echado para adelante: «Sin miedo y sin preocupación», así dice que afrontó la operación el donante. «Tengo tres hermanos y todos querían darme el riñón». Julio resultó el más compatible. «No sé cómo darle las gracias», dice emocionado el receptor.

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