Cuando solo queda salvar los muebles
Es en la estrategia de perder por poco en lo único que se parecen las trayectorias finales de Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero
El sábado 2 de abril, el presidente del Gobierno anunció, al fin, que no repetirá como candidato del PSOE. Felipe González quiso hacer lo mismo en 1995, pero sus parciales (empezando por los ministros) no sólo se lo desaconsejaron, sino que le presionaron cuanto pudieron y supieron hasta conseguir que siguiera tirando del carro electoral… Y perdió, pero perdió por poco (unos 300.000 votos) que era, me malicio, lo máximo a lo que se podía aspirar.
En 2011 las cosas son para el líder actual muy diferentes: acaba de anunciar su despedida entre un clamor de barones y baronías, no sólo pidiéndole su desistimiento, también que deje el gobierno en manos del próximo candidato para que éste, «ruede el cargo» e intente recuperar, al menos, una parte de los votos perdidos y si pierde, que pierda por poco.
Es en esa estrategia: la de perder por poco en lo único que se parecen las trayectorias finales de González y de Rodríguez Zapatero. En todo lo demás ambos vía crucis están siendo muy distintos. Veamos:
González formó Gobierno en 1982 para intentar salir de dos largas crisis: la económica, que tuvo su arranque en 1973 y que planteaba con urgencia una muy dolorosa reconversión industrial, y la política que era el resultado del complejo proceso de la transición, que, aunque exitoso, había sufrido un serio traspiés el 23 de febrero de 1981. Se trataba, pues, de conseguir lo que podíamos llamar una modernización estabilizadora, sobre todo en el ámbito de las Fuerzas Armadas y en la articulación territorial del Estado. Tengo para mí que el balance global fue positivo, pero el desgaste político de tan largo período acabó por ser visible en el campo más destructivo: el de la corrupción.
De muy diferente forma llegó Zapatero a la Moncloa. La tasa de crecimiento en 2004 era alta y la inflación, baja. Contaba, además, con un notable superávit en las cuentas públicas.
Durante su primera legislatura Zapatero realizó políticas variadas: Desde la defensa de los derechos de ciertas minorías (matrimonios del mismo sexo) hasta otras realizadas bajo la influencia de grupos radicalizados, como los ecologistas (liquidación de los trasvases, exaltación de las desaladoras y desprecio de las cuencas hidrográficas, así como el anuncio de cierre de las nucleares, etc., etc.) y el feminismo radical (reforma del Código Penal para introducir mayores penas a los agresores si eran varones que si eran mujeres, Ley de Igualdad, creación de un Ministerio específico, etc. etc.). Amén de la cancha otorgada al antifranquismo sobrevenido a través de la Ley de Memoria Histórica y su consiguiente ataque al consenso de la transición. Pero el más grueso error estratégico de ZP ha sido la política de alianzas con toda suerte de nacionalismos y la apertura consiguiente del melón territorial, cuyo paradigma se llama Estatuto Catalán. Un Saturno que ha devorado a todos sus hijos uno por uno.
En el campo económico Zapatero, simplemente, se dejó llevar por la marea sin intentar poner coto a la burbuja inmobiliaria ni abordar una reforma fiscal que ya era inaplazable (el 90% de los ingresos provenientes del IRPF lo son de las rentas salariales, que sólo representan dentro del PIB en torno al 45%).
Llega la crisis
Y llegó la crisis y con ella los más gruesos errores y las más llamativas rectificaciones. Al principio se negó la existencia misma de la crisis y a partir de mayo de 2010, simplemente, el Gobierno entró en barrena: recorte de pensiones, bajada de sueldos públicos, reformas laborales, liquidación de las cajas de ahorro y hasta de las cámaras de comercio, lo cual, como era de esperar, produjo un deterioro político sin precedentes.
A un año vista de las elecciones generales el desolado patio socialista sólo espera que ZP se vaya para intentar salvar los muebles. Mas en su despedida Zapatero no se lo ha dejado fácil a sus herederos ¿Por qué? Porque pretende abrir inmediatamente después de las elecciones de mayo un proceso interno de «primarias». Vale decir, un itinerario largo y proceloso durante el cual van a estar muy «entretenidos» los medios y los políticos españoles… Y todo ello en vísperas electorales.
Un proceso, eso sí, muy «democrático» (como si lo único importante en una democracia fueran las elecciones y no el debate político), pero lo que el PSOE necesita —una vez que ZP ha renunciado a presentarse— es, precisamente, un debate político e ideológico que saque al socialismo del pozo de confusión en el cual lo han metido Zapatero y sus conmilitones. Pero me temo que no será así, sino que entraremos en una batalla de nominalismos en la cual pretenderán salir ganadores los mismos que auparon a Zapatero a la Secretaría General, los que callaron, otorgaron y aplaudieron todas y cada una de sus ocurrencias. Quienes, amarrados al aparato burocrático del partido, usarán de sus muy acreditadas malas artes para ganar a quienquiera que se presente a la contienda sin estar en la nómina de esa cuerda.
Pero la cosa podría remediarse si los socialistas somos capaces de poner inteligencia y racionalidad en el proceso, ¿Cómo? Eligiendo ahora a aquél de entre nosotros que mejor puede salvar los muebles en las elecciones generales y luego, sin prisas, pensando la mejor manera de repintar los blasones que, entre tanta polvareda, han quedado algo descoloridos.
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