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CORROCOCOS

Matizar, ¿verbo hipócrita?

OBDULIO JOVANÍ

NO de la Casa Madre del Pueblo, de allá de Ferraz, dijo aquí lo que dijo para después decir que dijo lo que no quiso decir —no dije digo, sino Diego— matizó, del verbo matizar, hacerse una sangradura verbal, rajarse; hizo mutis por el AVE dejándonos enjundioso obsequio: nuestro talante hostil. Por lo visto, Jáuregui había salido de casa como dice el poeta Félix Grande que hay que salir: ¡Bien decepcionado!

Aquí quedó Jorge Alarte, cofrade de la rosa roja con pinchos en puño cerrado, aspirante al quorum de Molt Honorable, que le apuntaló, funerario, con sus obsequias: «Aquí no hay libertad, ni hay democracia, no se permite la diferencia, ni pensar de manera distinta, no hay más que oposición al Gobierno de España». Decididamente, este delfín o tiene acidez o flato; o ambas dos.

Lo que de verdad no hay es zafarrancho de combate, ni siquiera escaramuzas. Lo de Libia no es mas que una «intervención» —Trini jota dixit— algo así como un paripé, una añagaza, un trampantojo, que allá no enviamos soldados sino «interventores», que si Felipe II no envió sus barcos a luchar contra los elementos, José Luis I no envió a los chacones de «Carma» sino a jugar al billar. Y digo bien, que leído el María Moliner, ese tumbaburros que tanto me ayuda a no rebuznar, descartadas las dos primeras acepciones de la entrada «Guerra», ambas referidas a la «lucha» —que aquí no hay, como no hubo crisis— recurro a la tercera acepción: «Cierto juego de billar». Lo que ocurre es que llevan como tacos viejos cañones de Navarone, cohetes de caña de desecho, aviones de cuerda y barquitos de papel. Y por supuesto, no hay ardor guerrero vibrando en sus voces sino tibieza pacifista y sonrisas estereotipadas.

Todo será porque José Luis I, tan leído él —«Mundo Deportivo» y «Sport», del Barça— además de leer el Programa Máximo del PSOE, ese rencor articulado, leería también la Constitución de la República que prohibía toda declaración de guerra. Por eso en la Civil nuestra no la declaró de derecho hasta enero del 39, a punto ya del nihil obstat.

Otra guerra que parece detenida es la guerra de fronteras que tiene declarada Eliseu Climent, quien hace años nos advirtió de que «para el 2007 dejaremos de ser un pueblo subalterno»; por lo visto aplazó la «dejada» y anda ahora metido entre papeleos judiciales por ciertos espasmos de avaricia nacionalista.

Al tiempo, ha llegado aquí, hasta la capilla del Clínico, una avanzadilla de las levas laicas. Nada novedoso. Para informarse bién pueden recurrir a un memorándum que Manuel de Irujo presentó al Consejo de Ministros reunido en Valencia, en cuyo apartado e) decía: «En las iglesias han sido instalados depósitos de toda clase, mercados, garages (sic), cuadras, cuarteles, refugios y otros modos de ocupación diversos». Entre ellos, añado, un salón de baile en Béjar. Podrían dedicar las capillas al botellón, donde poder ejercitarse en lo banal, lo vacuo y lo esnob, progresando menos que ayer pero más que mañana, entonando el gorigori climático —que si el ozono, que si el agujero negro, que si el CO2— ante el altar remunerado de Al Gore, volviendo así al «buen salvaje» de Rousseau, a pinganillo puesto, a rebato de móvil, promiscuos del disco duro, portadores eternos de la vegetación apestosa del odio. Tienen ahí la oportunidad de salir de la enuresis y entrar en la esclerosis... de seguir la vida como francachela.

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