Hazte premium Hazte premium

«Amar a alguien es apuntalarlo»

Aparecen en España los diarios privados que Susan Sontag nunca quiso publicar, pero que su hijo edita a sabiendas de que «viola su intimidad»

«Amar a alguien es apuntalarlo» EFE / ELENA CARRERAS

ANTONIO ASTORGA

Una Renacida Susan Sontag ancla en sus desgarrados Diarios tempranos : 1947-1964 (Literatura Mondadori, el primero de los tres volúmenes editados por su hijo, David Rieff) el descubrimiento adolescente de su naturaleza sexual. En ellos revela las dos relaciones profundas que mantuvo de joven adulta: con Harriet Sohmers Zwerling (con la cual viviría después una intensa relación en París en 1957), y con la dramaturga María Irene Fornes. Son anotaciones que desbordan ambición y dolor, tragedia y pasión. Como explica su hijo, Susan Sontag combate sin cesar las mismas batallas tanto con el mundo como con ella misma; su sensación de fracaso, su incapacidad para el amor y el eros. «Se sentía tan incómoda con su cuerpo como tranquila con su muerte», revela Rieff.

En su credo iniciático (23 de noviembre de 1947), Susan Sontag sostiene: «(a) que no hay un Dios personal o vida después de la muerte» (se aferró a la existencia hasta su última exhalación en diciembre de 2004); «(b) que lo más deseable en el mundo es la libertad de ser fiel a uno mismo, es decir, la Honradez»; «(c) que la única diferencia entre los seres humanos es la inteligencia»; «(d) que el único criterio de una acción es su efecto último en la felicidad o infelicidad de una persona»; «(e) que está mal privar a cualquiera de la vida»...

El 19 de febrero de 1949, Susan Sontag, con apenas 16 años, llega a la Universidad de California en Berkeley. «¡Estoy enamorada de enamorarme!» Como oyente en un curso sobre Samuel Johnson, conoce a Harriet, que trabaja en el Intercambio Universitario de Libros. «Harriet es bastante alta —más o menos 1,75—, no es bonita, pero atractiva de todas maneras —tiene una bella sonrisa, y su vivacidad, evidente para mí desde la primera vez que hablé con ella, es única y maravillosa. Antes de las vacaciones me preguntó si quería acompañarla a una “cena étnica” en el dormitorio de uno de sus amigos... El tipo resultó ser un homosexual insoportable y descortés (de los que sonríen...). Los pocos otros bohemios de Berkeley eran muy aburridos (...) «¿Cuánto hay de narcisismo en la homosexualidad? André Gide tal vez tiene razón: separación del amor y la pasión». En abril del 49, Sontag sentía «humillación y degradación» si pensaba en relaciones físicas con un hombre: «La primera vez que lo besé —un beso muy largo— pensé con gran claridad: “¿Es todo? —qué bobada». Cuando Harriet la besa por primera vez, un mes después, Sontag exclama: «Quiero vivir, aborrezco la muerte. Estoy viva. Soy hermosa. ¿Hay algo más?». Y, en septiembre, confiesa: «Mi aversión intelectual a la pasividad física de una mujer en las relaciones heterosexuales era, ya me queda claro, solo el intento de encontrar un motivo para no sentirme atraída a ese tipo de sexo... Pues después de ser femme para Harriet y machona para L, recuerdo haber hallado mayor satisfacción física en ser “pasiva”, aunque emocionalmente soy sin duda el tipo amante, no el amado... (Dios mío, ¡qué absurdo es todo esto!)».

Migrañas y miedo a volar

Sontag ofrece una autobiografía explícita de su infancia: ve «Cumbres borrascosas», descubre a Thomas Mann, le extraen las amígdalas, solloza cuando muere Roosevelt, dona sangre a Israel, tiene miedo a volar, le dan un golpe en la cabeza con una roca —toda la sangre en su blusa blanca—, escribe «sí» a ducharse cada dos noches y escribir a Madre cada dos días, lucha contra la migraña, se siente «orgullosa» de ser judía» y concluye: «Amor=muerte («dama oscura», femme fatale...)

Finales de 1957. Poco después de llegar a París, Sontag describe a las personas con las que se reúne. Como Allen Ginsberg («Hotel en la calle Git-le-Coeur-novio Peter Orlovsky de largo cabello rubio + cara de pico») o «los ratés, los intelectuales fracasados (escritores, artistas, aspirantes a doctorado)». Y tipos como «Sam Wolfenstein matemático y su cojera, su maletín, sus días vacíos, su adicción a las películas, su tacañería e inmundicia, el árido nido familiar del que huye —me aterran». Confiesa que nada le impedía, salvo la pereza, convertirse en una «buena escritora»: «Mi yo es enclenque, precavido, demasiado cuerdo. Los buenos escritores son estruendosamente egoístas, hasta el extremo de la fatuidad. Los cuerdos, los críticos, los corrigen —pero su cordura es un parásito de la facultad creativa del genio».

En abril de 1958 Sontag visita España junto a Harriet: «Cádiz fue la ciudad más bonita que vi —el centro muy aseado y moderno con una hermosa y triste quietud de pobreza a lo largo del rompeolas»; recuerda a un «joven camarero regordete» que quería salir con Harriet, los olores de Sevilla —«incienso y palomitas de maíz y jazmín y churros»—, y el viaje de Cádiz a Algeciras, «cuando Harriet me contó lo del apodo (“Pup”, de pulpo), que Irene + ella se habían puesto —luego se enfadó conmigo + con ella misma por haberme revelado esa intimidad». Y al final, la pasión: «Para mí, amar a alguien es apuntalarlo, apoyarlo incluso en sus mentiras».

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación