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Hacia un lugar en el sol

«La gran tragedia de la muerte de Elizabeth Taylor está en el hecho de que a varias generaciones del siglo pasado se les ha caído también un telón, se les han fundido los plomos, las luces traseras, el primer plano de los sudores malva, y ni siquiera hay a la vista “santos” a los que ponerles dos velas»

POR E. RODRÍGUEZ MARCHANTE

A Elizabeth Taylor le habría escrito impecable y elegantemente su propia vida Douglas Sirk, gran estratega y mejor delineante de existencias azarosas, el maestro del melodrama. La de lágrimas que habrán vertido esos ojos (y que se habrán vertido por ellos) de color incomprensible, como ... esas telas brillosas por el roce del mucho tiempo, entre violáceos y malva. Un ligero repaso a su vida como estrella o a su estrella como persona nos la presentaría como la protagonista del más lloroso y atribulado melodrama, como alguien que ha tenido que escalar contra vientos y mareas las más altas cimas para ocupar el sitio en el que todo el mundo la suponía dueña de un modo natural, sin esfuerzo. Nació estrella y con ese rango y naturaleza ha muerto casi ocho décadas después sin relajar ni una ceja.

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