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ABC Cultural

«Creo que el alma puede salvarse con cualquier religión, incluso con ninguna»

Jorge Edwards publica «La muerte de Montaigne», sobre el antidogmático pensador, travieso y pícaro novelesco personaje

ANTONIO ASTORGA

En «La muerte de Montaigne» (Tusquets), Jorge Edwards, premio Cervantes, embajador de Chile en París, relata cómo el Señor de la Montaña (Michel de Montaigne, uno de los más grandes pensadores de la Humanidad) se volvió con los años misántropo, adquirió un punto de misoginia, ... gota, hipertensión, y una probable diabetes. A fines de agosto o comienzos de septiembre de 1592, perdió la curiosidad, el deseo de leer, pisaba la antesala de la nada. Tenía la mano nudosa, manchada. Le había salido un flemón en la garganta, que le ardía como fuego vivo. Montaigne contemplaba las caras conocidas que desfilaban delante de su lecho de muerte, en su torre de Babel, y él inclinaba la cabeza, con una mueca, con un estremecimiento convulsivo de la espalda, con una agitación vaga de los dedos. «Adelante, regocijados e hipócritas amigos», parecía decir —cuenta Edwards—, como diría pocos años más tarde un casi contemporáneo y tocayo suyo, Cervantes, «que yo me voy muriendo y ustedes, en cambio, están condenados a seguir trotando, y sufriendo, y sudando la gota gorda».

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