Columnas

Columnas / UNA RAYA EN EL AGUA

El quinto jinete

La catástrofe de Fukushima supone un retroceso objetivo de dos décadas en el debate sobre la energía nuclear

Día 20/03/2011

«Es más fácil desintegrar un átomo

que un prejuicio»

(Albert Einstein)

CUANDO se estrella un avión suele producirse un debate público sobre la seguridad de la navegación aérea, pero nadie pone en cuestión la esencia ni la necesidad de la aviación civil. De hecho, la investigación de las causas y consecuencias de cada siniestro da lugar a nuevos protocolos que refuerzan los estándares de protección de los vuelos y subsanan los defectos de fabricación de las aeronaves. Sin embargo, los accidentes nucleares provocan una inmediata reacción de pánico colectivo que cuestiona de raíz la existencia misma de la energía atómica, asimilada a los más profundos terrores y pesadillas del ser contemporáneo. Si el hecho de volar remite al mito de Ícaro, al atractivo desafío aventurero de la limitación humana, el adjetivo nuclear evoca en su propio enunciado un tabú insondable, un horror supersticioso vinculado desde la hecatombe de Hiroshima a los males más tenebrosos de la modernidad: la capacidad industrial de hacernos daño a nosotros mismos a una escala cataclísmica de destrucción. Es el Quinto Jinete, el símbolo espeluznante y macabro de la desolación, el epítome de ese apocalipsis milenarista que representa la nueva peste del mundo tecnológico.

Ese intenso mecanismo emotivo carece de antídotos porque procede del sustrato más remoto de la conciencia. No es posible combatirlo desde la lógica, ni desde la racionalidad, ni desde el cálculo. Pertenece al territorio intangible del miedo y se residencia en esa primigenia región cerebral que es el hipotálamo. Pero no es sólo una reacción neuronal del individuo sino una psicosis de la conducta social que se despliega con la fuerza devastadora de un sentimiento telúrico. En lo que tienen de creencias simbólicas fuertemente arraigadas en la condición humana, los mitos poseen una potencia narrativa pasional e indomable, capaz de imponerse a cualquier explicación científica, económica o simplemente informativa. Son imbatibles, inatacables, blindados.

Por eso la catástrofe de Fukushima, al margen de cuáles sean sus consecuencias finales –hasta ahora no consta ningún muerto, ni siquiera una contaminación radiactiva dramática, aunque no sea en absoluto descartable—, supone un retroceso objetivo de al menos veinte años en el debate sobre la energía nuclear. El tremendismo informativo de la opinión pública occidental no es un vulgar ejercicio sensacionalista, sino la expresión de un estado de ánimo general incuestionable. Más allá de los obvios prejuicios ideológicos y del ventajismo antinuclear, la crisis japonesa demuestra que el miedo es, desde ahora, una variable más a evaluar entre los factores convencionales de la controversia atómica. Y sin duda el más difícil de manejar en cuanto responde a un patrón compulsivo, contagioso e incontrolable.

Búsquedas relacionadas
  • Compartir
  • mas
  • Imprimir
publicidad

Copyright © ABC Periódico Electrónico S.L.U.