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«Muamar nos da terror»

Los rebeldes ponen a sus familias a salvo de los hombres del dictador libio antes de volver a la defensa de Bengasi

MIKEL AYESTARÁN

MIKEL AYESTARÁN

Carretera de sentido único. Miles de coches hacen cola en Al Marj para seguir rumbo al norte y alejarse de Bengasi lo antes posible. «Desde las dos de la mañana la carretera está colapsada, la gente huye aterrorizada por los ataques», asegura Ibrahim, uno de los voluntarios que trata de poner orden en el caótico éxodo de los civiles de Bengasi.

Familias enteras se agolpan en los vehículos con todas las pertenencias que han podido recoger antes de salir de las casas. «Venimos a traer a las mujeres y los niños. Luego regresaremos cuanto antes para luchar en la defensa de la ciudad», repiten los varones al volante de coches, furgonetas y camiones, todo vale para una huida incierta y sin destino concreto, el objetivo es poner tierra de por medio con los hombres de Gadafi.

Los vecinos de Al Marj caminan entre la caravana ofreciendo agua, comida y alojamiento de forma gratuita. La gasolinera está colapsada y el grupo local de voluntarios, auténticos «boyscouts» uniformados y con pañuelo amarillo al cuello, acomodan a las familias que no quieren ir más allá en un colegio del centro de esta villa situada a cien kilómetros de Bengasi. «¿Dónde está la OTAN? ¿Dónde están sus aviones? Se han creído las mentiras de Gadafi y mira lo que nos ha pasado», lamenta una madre desesperada con sus cinco hijos en el asiento trasero al paso por el puesto de control de acceso a Al Marj.

Levantar el ánimo

Un tanque y una batería antiaérea son el orgullo de una posición en la que decenas de jóvenes armados con Kalashnikovs y pistolas gritan «¡Dios es grande!» para intentar mantener alto el ánimo de una revuelta militarmente derrotada.

El silencio se rompe de pronto por una tormenta de ráfagas al aire y cláxones. «¡Bengasi está liberada, Bengasi está liberada!», es la información que un grupo de milicianos gritan a los cuatro vientos, pero que no logra que ninguno de los vehículos de la vuelta y ponga dirección al sur. «Es lo que dice nuestra emisora de radio, Libia Libre, pero creo que se trata de un intento de levantarnos el ánimo después del ataque, yo no me lo creo. Seguro que han tomado posiciones en algún lugar cercano y vuelven a atacarnos durante la noche», confiesa Towfiq a las puertas de la escuela en la que preparan colchones de espuma, mantas, agua y pollo con ensalada para los desplazados. Las dos compañías principales de telefonía del país, ambas propiedad de la familia Gadafi, mantienen su cobertura al mínimo y es un milagro poder comunicarse dentro del país.

Las llamadas internacionales están cortadas, lo mismo que internet, por lo que la rumorología «es la única fuente de información, vamos contando lo que la gente nos dice y eso va fluyendo de puesto en puesto de control», confiesa uno de los soldados del antiguo Ejército libio, enrolado ahora en las filas rebeldes, que trata de contactar sin éxito con su familia en Bengasi para saber cómo están.

«La única manera de saber lo que pasa en esta guerra es estando en primera línea», asegura antes de subirse a la parte trasera de una 'pick up' y enfilar la carretera a la capital rebelde. Un camino de cien kilómetros directo al nuevo frente de batalla.

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