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Columnas / UNA RAYA EN EL AGUA

Diplomacia de sainete

Era embarazoso volver a negociar petróleo con Gadafi; la vida de los libios ha cobrado importancia de repente

Día 19/03/2011

LOS que no hemos estudiado para diplomáticos no logramos entender por qué tiene más legitimidad una decisión de la ONU —en cuyo Consejo de Seguridad gozan de derecho de veto una dictadura sin paliativos como China y un régimen con dudosas libertades como Rusia— que una de la OTAN, formada íntegramente por naciones libres y que no admite socios sin estructura democrática. Quizá tampoco lo entendían los albanokosovares masacrados en Kosovo a finales de los noventa mientras los rusos bloqueaban las negociaciones de Naciones Unidas para proteger a sus aliados serbios, ni lo comprendan los libios a quienes Gadafi lleva unas semanas victimando a conciencia. La legalidad internacional vigente tiene una casuística muy rara y paradójica en la que destaca un principio fundamental: sus decisiones y acuerdos necesitan para cuajar la existencia previa de unas miles de víctimas asesinadas a hecho consumado mientras tienen lugar las intensas gestiones de la diplomacia.

También ayuda a comprender estos sofisticados mecanismos la circunstancia de que en el conflicto a tratar haya petróleo por medio, como en Libia. La vida de los resistentes a Gadafi ha cobrado importancia y sentido ante la evidencia de que el dictador estaba a punto de imponerse después de que los dirigentes europeos lo diesen por desahuciado y le considerasen reo del Tribunal de La Haya. Tener que volver a negociar con ese tipo los contratos de abastecimiento energético era sin duda una papeleta muy embarazosa, toda vez que el sátrapa se había venido arriba y parece por añadidura bastante cabreado. Así que la ONU se ha conmovido al fin por la suerte de la maltratada población civil, en una conmovedora demostración de sensibilidad humanitaria. Y allá que vamos, con barcos y aviones, los salvadores de la Humanidad afligida… y del petróleo relativamente barato.

El papelón es demasiado notable para resultar digerible cualquiera que sea la óptica política desde la que se observe. La división de la opinión pública occidental es comprensible ante una negociación de sainete: mucha gente no ve razones sólidas para intervenir en una guerra civil y los partidarios de la intervención saben que llega demasiado tarde, por más que Gadafi se haya apresurado a levantar los brazos para ganar tiempo ahora que casi ha consumado su victoria. La incompetencia diplomática de la Unión Europea ha sido tan clamorosa como lamentable y provoca sentida añoranza de los tiempos de Javier Solana. Y el doble rasero del pacifismo occidental está en evidencia porque el régimen libio es tan indefendible como evidentes las razones mercantiles de la intervención militar.

A estas alturas ya no quedan soluciones honorables; sólo cabe esperar un acuerdo mínimamente decente que quizá requiera un previo bombardeo de ablandamiento. La retórica de los grandes conceptos más vale dejarla para otra ocasión más gloriosa.

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