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Un SOS en el tejado

Tras el tsunami, Naomi Kinokuni pasó 24 horas en un tejado y tuvo que escribir un mensaje de socorro con sus tejas para que la vieran los helicópteros de rescate

AFP

PABLO M. DÍEZ

Cuando la gran ola llegó el viernes por la tarde a Higashimatsushima, una ciudad de 40.000 habitantes enclavada en la costa noreste de Japón, los tejados altos marcaron la diferencia entre la vida y la muerte. A uno de ellos, de tres plantas, tuvo que encaramarse Naomi Kinokuni junto a su hijo Masaya , de 18, y otros nueve vecinos cuando las aguas se tragaron sus hogares.

“Asustados, pasamos la noche entera en el tejado sin apenas comida ni agua ni ropa de abrigo” , explica a ABC esta mujer de 49 años, que encendió una hoguera junto a los otros refugiados para protegerse del frío y llamar la atención de los helicópteros de rescate. Pero transcurrieron las horas y nadie acudió en su ayuda, como si el resto del mundo hubiera desaparecido con el terremoto. En medio de la destrucción que había dejado el posterior tsunami, su barrio amaneció complemente anegado y las primeras luces del día revelaron un paisaje desolador de casas derruidas, coches arrastrados por la corriente y árboles arrancados de cuajo entre montañas de fango.

“Para que nos vieran desde el aire, escribimos la palabra SOS con las tejas”, revela Naomi una idea que resultó ser milagrosa porque acabó salvándoles la vida. “Pensábamos que íbamos a morir; menos mal que nos encontraron el sábado por la tarde”, relata aliviada junto a su marido, Tatsuya Kinokuni.

Este, que trabaja en una gasolinera de Sendai a 45 kilómetros de su casa, también creía que su mujer había perecido bajo los violentos remolinos que formó el tsunami, ya que no pudo ponerse en contacto con ella hasta que fue rescatada. “Las líneas de telefonía móvil se cayeron y, como las carreteras estaban destruidas o cubiertas por las aguas, no había manera de ir a buscarla”, rememora mientras vaga como sonámbulo por las calles de Sendai. No es de extrañar; su familia ha tenido todo lo que tenía y ahora, sólo con el chándal que llevan puesto, buscan cobijo en casa de su hija.

Sopa gratis

“Espero que el Gobierno ayude a los damnificados a reconstruir nuestras casas”, cuenta en un restaurante de Sendai que, en un gesto de generosidad en estos momentos difíciles, ofrece sopa gratis para paliar el desabastecimiento de alimentos en los comercios, la mayoría de los cuales permanecen cerrados. Ante los que están abiertos se forman colas tan kilométricas como los atascos de coches que esperan a llenar sus depósitos en las gasolineras, cada vez más secas.

Esta moderna ciudad de un millón de habitantes , capital de la prefectura de Miyagi, es la más cercana al epicentro del terremoto de 8,9 grados –luego elevado a magnitud 9– que ha sumido al noreste de Japón en las tinieblas. Mientras los rascacielos del centro urbano han resistido las sacudidas del terremoto, el más potente registrado en el archipiélago nipón desde hace 140 años, los suburbios del litoral ofrecen imágenes dantescas.

En la zona de Xiogama, el puerto se ha convertido en un enorme cementerio de coches . Arrastrados por la violencia de los olas que penetraron varios kilómetros tierra adentro, cientos de turismos y decenas de camiones permanecen amontonados unos sobre otros en un macabro puzzle de chatarra. El capó de uno contra el techo de otro, una furgoneta de reparto incrustada en el tanque de un camión cisterna y un deportivo sin estrenar, de los que se almacenaban en la terminal de carga, levantado sobre sus dos ruedas delanteras y apoyado sobre un árbol en un sorprendente ejercicio de equilibrismo.

Entre las montañas de coches desvencijados, jóvenes con máscaras blancas entregados a la rapiña buscan en su interior cosas de valor, como carteras o abrigos que hayan sobrevivido al tsunami. Pero no a la insensible avaricia del ser humano.

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