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El legado que el escultor Pablo Serrano donó a Aragón, en peligro

A sólo unos días de la reinauguración de su museo en Zaragoza, su heredera amenaza con llevarse las obras

ABC

YOLANDA AZNAR

Convertir a su querido Aragón en uno de los referentes del arte y la cultura contemporánea. Ése era el objetivo del genial artista Pablo Serrano cuando cedió gran parte de su obra a la Comunidad. Fue en 1985 y, más de 25 años después, el sueño del gran escultor turolense podría cumplirse. Y es que queda poco más de una semana para que el renovado Museo Pablo Serrano, en la capital aragonesa, abra de nuevo sus puertas al público. Se han invertido más de 28 millones de euros para hacer de él todo un exponente cultural. Tras más de dos años de obras, se ha triplicado su superficie y se le ha dotado de un formato acorde con el arte que se expondrá en su interior.

Sin embargo, el sueño de Pablo Serrano a punto está de convertirse en pesadilla, ya que, en los últimos meses, las diferencias entre sus descendientes más directos —su nuera y su nieta— y el Gobierno de Aragón se han acrecentado, tanto que las relaciones están completamente rotas. No hay comunicación entre ellos y la familia, hasta el momento, no ha sido invitada a la inauguración.

Susana Spadoni y Valeria Serrano aseguran estar «dolidas e indignadas» con la actitud «prepotente» que ha adoptado el Departamento de Cultura del Ejecutivo autonómico. Tanto que están tratando el tema con sus abogados y, si la actitud de los responsables aragoneses de Cultura no da un giro radical, no descartan trasladar las piezas a otro lugar, «donde reciban el trato que se merecen».

Y todo porque el Gobierno de Aragón no ha cumplido con el convenio que firmaron con la familia del escultor en 1996. En él se reconoció legalmente la donación que el artista realizó en vida. Las piezas pasaron entonces a ser de la Comunidad, pero a la nieta se le atribuyó el «derecho moral de autor» sobre las obras y se fijaron una serie de condiciones. Entre ellas, que se informe siempre a la familia del destino de las creaciones. Además, deben contar con su opinión en las exposiciones y monográficos que se realicen sobre Pablo Serrano.

Ninguno de estos puntos se ha cumplido con la ampliación del museo dedicado al artista aragonés ni con la exposición inaugural, de la que la familia desconoce completamente su contenido. Por eso, su nuera y su nieta se han negado a participar en el catálogo de la muestra. Y es más, no han dado permiso para que se publiquen fotos personales del artista. Además, aseguran que faltan una decena de obras. Unas piezas que se contabilizaron en 1994 y ahora han desaparecido.

«Nos quieren dejar a un lado porque somos molestas, pero llevo 25 años poniendo en valor el nombre de Pablo Serrano y no voy a tirar ahora la toalla», explica la nuera, Susana Spadoni, que es directora honorífica del Museo Pablo Serrano. Desde el Gobierno de Aragón «pretenden hacer un monopolio con las obras y, desde luego, si hay algún interés espurio no es por nuestra parte», asegura. «En todo este tiempo no hemos recibido un solo euro por las obras de Pablo Serrano; lo único que pretendemos es dar a conocer su figura y que se cumpla con su voluntad».

Mientras, desde el Departamento de Cultura aragonés señalan que «nosotros hemos cumplido con su legado y hemos hecho una inversión importantísima que sirve para poner en valor su figura, que era su deseo».

Tras Chillida y Guerrero

No es la primera vez que las diferencias entre las instituciones y las familias de grandes artistas ponen en jaque sus legados. El Chillida-Leku quizá sea el caso más sangrante. Diez años después de su inauguración, la dirección del museo reconoció un «déficit recurrente» en sus cuentas y anunció el cierre de uno de los espacios de arte más singulares de nuestro país. El legado de José Guerrero, en Granada, también ha estado a punto de abandonar la ciudad.

De momento, la donación de Pablo Serrano permanecerá en Zaragoza. En manos del Gobierno y la familia está conseguir que las piezas de uno de los artistas aragoneses más importantes ocupen el sitio que merecen y no se conviertan en un nuevo capítulo de una mala gestión cultural.

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