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Los placeres animales

En una perfecta igualdad, solo tendríamos placeres animales, que es hacia lo que tienden los regímenes totalitarios

Día 09/03/2011

UNO empieza a tener la impresión de ir en un coche conducido por un adolescente sin carné, que quiere dárselas de Fernando Alonso y comete toda clase de tropelías al volante. El gobierno Zapatero, acosado por las encuestas, el paro, la crisis, los mercados y las próximas elecciones ha emprendido una carrera loca hacia ninguna parte, que puede estrellarnos definitivamente. Nada lo muestra mejor que esa ley de Igualdad de Trato que atropella toda clase de derechos ciudadanos con una frivolidad sólo superada por la irresponsabilidad. Y es que poner a Leire Pajín y Bibiana Aído a regular nuestras relaciones sociales no es como dar a un niño un rotulador ante un incunable. Es como darle una caja de cerillas.

¡Oh, igualdad, cuantos crímenes se han cometido en tu nombre! Esas señoritas aún no se ha enterado de que si bien los seres humanos somos iguales, somos también distintos. Iguales, como seres. Distintos, como humanos, que la naturaleza no ha hecho, gracias a Dios, dos idénticos. Y casi podría decirse que es esa diversidad la que promueve el progreso, alegra la vida y, a la postre, nos diferencia de todas las demás especies. Mientras la igualdad extrema recorta la imaginación, frena la actividad y nos convierte en autómatas. En otras palabras: en una perfecta igualdad, sólo tendríamos placeres animales, que es hacia lo que tienden los regímenes totalitarios, ¿recuerdan Animal Farm, «La granja de los animales» de Orwell? Y ahora llegan dos señoritas, sin otro mérito que haber dedicado su juventud a un partido político, a intentar arrebatarnos nuestra personalidad individual y a estandartizar nuestro comportamiento. ¿Se puede concebir mayor demagogia, dislate más atrevido y peligroso?

Lo que hay al fondo de ello, como en prácticamente cuanto se ha hecho en el mandato de su jefe y mentor, son dos amenazas al desarrollo y a la convivencia. Por una parte, se trata de un ataque solapado a la excelencia, un intento de ahormar a los ciudadanos para impedirles salir del redil con amenaza de sanciones, y manejarles mejor. Por el otro, de una invasión del terreno de la justicia ordinaria e incluso de los derechos constitucionales que en toda democracia efectiva dispone el ciudadano. El político releva al juez.

«My home is my castle», mi casa es mi castillo, fue la máxima sobre la que los ingleses levantaron su Bill of Rights, su Derecho de los Ciudadanos. Por «casa» entendían no sólo el edificio, sino también, o principalmente, su intimidad, su potestad sobre ella. Es lo que Leire Pajín y Bibiana Aído están dispuestas a arrebatarnos. Y lo conseguirán si se lo permitimos. Porque Zapatero, su gobierno y su partido van a permitírselo, al ser ya el caos su única puerta de escape.

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