Día internacional del cine en 3D

Wenders pone en escena un pulidísimo homenaje a la coreógrafa fallecida hace un par de años, justo el día antes de empezarse a rodar esta película, y en ella los miembros de su compañía van explicándose y explicándola mediante el artilugio de la danza, en perfecta combinación entre el fascinante interior, la «calle», lo teatral, lo sentimental y lo altamente cinematográfico con gafas 3D… Wenders crea o recrea unos espacios magníficos en los que se suceden coreografías y momentos claves de la obra de Pina Bausch y de su modo de concebir el baile, donde lo espasmódico se cruza con lo convulsivo y la estética con la sensación de amargura… La danza de Pina Bausch es como si despojara de su humanidad al individuo, como si se convirtiera en un autómata en movimientos que se repiten tozudamente ilógicos.

Wenders consigue en «Pina» varias cosas, como proyectar una imagen de la coreógrafa sin que apenas aparezca, pero sobre todo consigue darle otro sentido al cine en 3D, que ya no es el acercarse hasta el espectador y tocarle las narices (con una mano amenazante, con sustos, cosas que vuelan…), sino crear espacio y belleza en él. Podría reprochársele a la película que es sólo escaparate, precioso, pero escaparate, y que, dado el estilo de coreografía de Pina Bausch, se hace algo redundante y machacón, pero explora con fruición en el misterio del baile de esa mujer y en los cuerpos y sentimientos de quienes trabajaron con ella. Gustó tanto, que al final el público ni se quitó las gafas de rapero resacoso para aplaudir.

Y Herzog también le cambió a su modo el chip al asunto del 3D, pues su documental transcurre en una cueva encontrada hace unos años en el sur de Francia que contenía las pinturas rupestres más antiguas que se conocen, de hace unos treinta mil años, y se usa lo tridimensional no para crear intriga o belleza, sino para que el espectador esté tan en el interior de esa cueva como la linternilla de Herzog. Es un relato detallado de las características y curiosidades de esas pinturas rupestres, tan misteriosas y fascinantes como la propia cueva, que se ha mantenido «al vacío» durante toda una eternidad; ahora se trata de arrancarle los secretos sin que ese «vacío» se llene de «tour operator». Nadie entra en la cueva, sólo Herzog para arrancarle algunos secretos, por ahora pocos, pero muchísimas impresiones y sugerencias que se le quedan pegadas a una cámara que mira las pinturas como Charles Foster Kane a su trineo.

Y para colmo, también Michel Ocelot usa el 3D para lo que le viene en gana, aunque haga una película de animación. Figuras planas, como sombras chinas, en lo que es la contradicción de una contradicción: bidimensionalidad en tres dimen- siones…, aunque el resultado es atractivo y, al principio, sorprendente. Al principio, porque «Cuentos de la noche” son eso, media docena de cuentos exóticos, de animales, princesas, héroes y villanos que se empiezan a ver con agrado y que acaba uno de ellos tan hasta el gorro como de las gafas.