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ASÍ SE FRAGUÓ LA INVASIÓN

«Dentro de un mes estaremos en Bagdad»

El entonces embajador en EE.UU. relata con detalle la crucial reunión entre Bush y Aznar en Crawford en los prolegómenos de la guerra de Irak

«Dentro de un mes estaremos en Bagdad» ABC

JAVIER RUPÉREZ

No todos los líderes extranjeros son invitados a compartir la intimidad del retiro presidencial, y Bush había establecido una gradación de aprecios calibrada según los lugares y las atenciones: Casa Blanca, con o sin almuerzo, con o sin conferencia conjunta de prensa; Camp David, segundo escalón hacia la gloria; y Crawford, el rancho privado, en Texas, reservado sólo para los verdaderamente amigos. Resultaba curioso comprobar cómo un hombre tan reacio a seguir las pautas del protocolo diplomático habitual había conseguido introducir las muy elementales suyas con unos resultados personales y políticamente contundentes. Si alguien quería saber quién en el extranjero contaba y de qué manera en el aprecio de los Estados Unidos bajo Bush, el cuarenta y tres, debería anotar cuidadosamente el movimiento y la geografía de sus alojamientos. Aznar ya había llegado a Camp David tras haber recibido el mejor trato en Washington. Que por supuesto incluía el alojamiento en Blair House, la residencia oficial para huéspedes, situada enfrente de la Casa Blanca, en la misma Pennsylvania Avenue (...)

José María Aznar llega a Crawford en un momento agrio y tenso de las relaciones internacionales. Antes de alojarse en la casa de huéspedes del rancho, donde con su mujer, Ana Botella, pasa la noche del 21 de febrero de 2003, el presidente español ha volado desde Madrid a México para entrevistarse con su homólogo mexicano, Vicente Fox, en un evidente intento de convencer a su país, también miembro no permanente del Consejo de Seguridad, de apoyar la resolución que los estadounidenses, los británicos y los españoles están preparando y quieren presentar de forma inmediata en el Consejo de Seguridad. La reunión no dio los resultados apetecidos. Aznar había sido recibido en México con una notoria hostilidad: algunos medios de comunicación le acusan de venir con los encargos y las presiones de los estadounidenses, e incluso uno pide que sea declarado persona non grata (...) Aznar, en su camino hacia Crawford, vuela de México a Houston, (...) y visita a Bárbara y George Bush padre en su domicilio habitual de la ciudad texana (...) Aznar, Bush padre y yo nos sentamos en un rincón de la habitación y el ex presidente no pierde el tiempo en transmitirle al español sus preocupaciones. Tiene la cara seria y su gesto dice más de lo que con las palabras insinúa. «Ahora que usted va a ver a mi hijo —le viene a decir—, a ver si consigue que piense bien las opciones que tenemos. Yo le he dicho que reflexione, pero ya sabe, los hijos…», concluye de manera nada enigmática. Aznar le escucha en silencio intenso y respetuoso, para luego hablarle de su apuesta por una resolución del Consejo de Seguridad y acaba con un «a ver qué es lo que podemos hacer» tan sincero como poco prometedor.

Amistoso, dicharachero

En el salón de la casa del rancho, a primera hora de la mañana del 22 de febrero, hace un día perfecto en la temprana primavera texana. Bush es un excelente anfitrión, amistoso, distendido, dicharachero, sin las ataduras de la timidez que coarta y endurece sus apariciones públicas, y facilita una conversación por fuerza compleja entre personas que a lo largo de los últimos tiempos han desarrollado lazos de confianza y proximidad. Pero todos somos conscientes, Aznar el primero, de la trascendencia del momento. El país más poderoso de la Tierra puede estar a punto de comenzar una invasión militar sin la autorización explícita del Consejo de Seguridad de la ONU, y España, que ya ha llegado muy lejos en el apoyo y en la comprensión de las intenciones estadounidenses con respecto al Irak de Saddam Hussein, debe escoger y modular sus opciones frente a una opinión pública nacional que de manera vociferante se opone al conflicto. Comienza Bush, que consumiría la mayor parte del tiempo afirmando estar a favor de una segunda resolución en el Consejo de Seguridad que sería presentada unos días después. Aznar le pide que la retrase hasta después de la reunión del Consejo de Asuntos Generales de la UE, que iba a tener lugar unos días más tarde, y Bush acepta a regañadientes para inmediatamente declarar que «ha llegado el momento de deshacerse de Saddam Hussein». Su exposición sigue una doble lógica. Por un lado, la de la inminencia de la invasión: «Estaremos en Bagdad a finales de marzo». Por otra, las posibilidades de conseguir que el Consejo de Seguridad apruebe una nueva resolución (...)

Cuando Aznar le informa de que en pocos días tenía previsto entrevistarse con Chirac, Bush le pide que le transmita sus recuerdos, le dice que quiere tener con él la mejor de las relaciones y añade: «Chirac conoce perfectamente la realidad. Sus servicios de inteligencia se lo han explicado. Los árabes le están transmitiendo a Chirac un mensaje muy claro: Saddam Hussein debe irse. El problema es que Chirac se cree “Míster Arab” y en realidad les está haciendo la vida imposible». Desde el primer momento, y a lo largo de toda la conversación, Aznar muestra su interés por una segunda resolución o, alternativamente, por fórmulas que permitan el desarme de Saddam sin la utilización de la fuerza. Inmediatamente después de la presentación inicial, Aznar afirma: «Es muy importante contar con una resolución. No es lo mismo actuar con ella que sin ella. Sería muy conveniente contar en el Consejo de Seguridad con una mayoría que apoyara esa resolución. De hecho, es más importante contar con una mayoría que registrar un veto. Para nosotros actuar sin mayoría en el Consejo sería muy negativo». Bush le dice que no tiene opinión sobre el contenido del texto —«Me da un poco lo mismo»—, pero que está dispuesto a redactarlo «en la medida en que pueda ayudarte», y Aznar insiste: «Nos ayudaría ese texto para ser capaces de patrocinarlo y ser sus coautores y conseguir que mucha gente lo patrocine». Un poco más tarde, cuando Condoleezza Rice expone los pasos próximos del Consejo en función de cuándo los inspectores de la ONU presenten su último informe, Bush exclama: «Esto es como la tortura china con el agua, tenemos que poner fin a ello». Y Aznar contesta: «Estoy de acuerdo, pero sería bueno contar con el máximo número de gente posible, ten un poco de paciencia». Bush replica que su paciencia está agotada y que no piensa ir «más allá de la mitad de marzo». Aznar vuelve a la carga: «No te pido que tengas una paciencia infinita. Simplemente que hagas lo posible para que todo cuadre». (...) Aznar musita: «En realidad el mayor éxito sería ganar la partida sin disparar un solo tiro y entrando en Bagdad». Bush no finge al mostrarse emocionalmente afectado: «Para mí sería la solución perfecta. Yo no quiero la guerra. Sé lo que son las guerras. Sé la destrucción y la muerte que traen consigo. Yo soy el que tiene que consolar a las madres y a las viudas de los muertos. Por supuesto que sería la mejor solución. Además nos ahorraría 50.000 millones de dólares». La conversación está acabando y Aznar recuerda lo que en el patio doméstico está en juego: «Necesitamos que nos ayudéis con nuestra opinión pública», le dice a Bush, denotando el fatalismo que la situación encierra y la gravedad de lo que se avecina, y el presidente de los Estados Unidos consiente: «Haremos todo lo que podamos», pero ciertamente la fórmula de la ayuda no es la que Aznar espera, porque Bush le informa de una próxima conferencia que va a dar sobre el Oriente Próximo, sobre las armas de destrucción masiva, sobre los beneficios de una sociedad libre y sobre la historia de Irak en un contexto más amplio.

«Me preocupa tu optimismo»

De manera elíptica el presidente español le subraya a Bush la profundidad del cambio que su actitud encierra y le dice: «Lo que estamos haciendo es un cambio muy profundo para España y para los españoles, estamos cambiando la política que el país había seguido en los últimos doscientos años». Pero Bush, que no parece entender del todo la angustia que el recordatorio encierra, hace una consideración milenarista: «Cuando dentro de unos años la Historia nos juzgue no quiero que la gente se pregunte por qué Bush o Aznar no hicieron frente a sus responsabilidades». Y culmina con un rotundo: «Estoy convencido de que conseguiré la resolución». Aznar apostilla con un lacónico y poco convencido «Mejor que mejor», al que Bush responde con ardoroso convencimiento: «Fui yo el que tomé la decisión de ir al Consejo de Seguridad». Y da noticia de la oposición que ha encontrado: «A pesar de las divergencias dentro de mi administración, le dije a mi gente que teníamos que trabajar con nuestros amigos». Reconoce que «sería estupendo contar con una segunda resolución», y Aznar apostilla: «Lo único que me preocupa de ti es tu optimismo». La referencia al optimismo da pie al presidente Bush a concluir explicando el fondo de su pensamiento: «Soy optimista porque creo que estoy en lo cierto. Estoy en paz conmigo mismo. Nos ha correspondido hacer frente a una seria amenaza contra la paz. Me irrita muchísimo contemplar la insensibilidad de los europeos con respecto a los sufrimientos que Saddam inflige a los iraquíes. Quizá porque es moreno, lejano y musulmán, muchos europeos piensan que todo está bien con él». Aznar le dice que comparte sus preocupaciones éticas y Bush afirma: «Cuanto más me atacan los europeos tanto más fuerte soy en los EE.UU.» Aznar cierra el ciclo con aplomo: «Tendríamos que hacer compatible tu fortaleza doméstica con el aprecio de los europeos».

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