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OPINIÓN

Romance de Joan Laporta

Nos tienen por segundones de su familia fraterna, alegando unas razones... que cuelgan de su entrepierna

OBDULIO JOVANÍ

ES «culé» —lo que dice un diccionario bien lo sé y lo callaré— que si «el Barça es mes que un club i tot el camp es un clam», con ese arcaico tam tam vuelven a sus atavismos —incluyan «patrioterismo»— buscando la identidad, siempre con la lengua suelta en perpetua hostilidad.

Allá arriba, en el palco del Camp Nou —recalificado «Les Corts» por un conspicuo franquista, víctima de Terra Lliure, de un sabido terrorista— en una geometría de gradas saturadas, en turbión de multitudes moduladas —cual si estuviere Ortega rebelando esas manadas— allá medró en su pupitre, de sirviente, más años que Carracuca, ganándose la manduca cada día, tragándose moralejas «nacionales» a porfía, en lecciones de descaro; recreando la Historia como agravio, poniéndole cataplasmas a los hechos, disimulando así sus cohechos, esparciendo por doquier esas miasmas...

Abandonado por el desodorante —o por algún apunte contable, vaya usted a saber— sin solución de continuidad cambióse el culo de asiento, del palco al Parlamento, vixca la versatilidad. Lo suyo es la toponimia, la medición... la bulimia. Reculando los mojones, lindes, hitos y jalones, y los límites ajenos por supuesto —y la unidad de destino, digamos pronto de cual, la que llena el intestino— poniendo a todo cercado, todo bien retranqueado hasta alcanzar «su nación» —en éxtasis de campaña— el cielo tan deseado: ¡estar exentos de España! ¿Y a dónde irán que no pidan?

En ella están los que están —lo dijimos, los que vuelven al tam tam— y quieren que estemos otros, atando los lazos rotos, forzando la identidad, negando la diferencia; traen el ego subido, vienen altivos, creídos, y en orgía diarreica del pasado hacen monserga y del pretérito herencia. Sea todo «nazional», todo a cien, todos de Omnium Cultural...

En Joan estuvo en Valencia, en inspección prospectiva. Le flanquearon dos guardas que integran su directiva. Uno era Tena Artigas, saguntino y notario, que en anterior escrutinio... daba fe en otro osario. Otro era Josep Guía, profesor de no sé qué, aunque sé cómo las gasta, metiéndome un buen metido... otras veces lo conté. Todos son como narcisos, valorándose a sí mismos, avarientos y gorrones pastando en barbecho ajeno —sea paja, sea heno— jurando, en socorrido sarcasmo, que vienen de redentores, de misión, de apostolado, acarreando la historia a empellones de entusiasmo; traen zocos, traen quintanas y encantes, donde vender pedigrís, carnets y salvoconductos a sumisos tarambainas y serviles militantes de los que ponen sus grupas, sus firmas y manifiestos a los pies de los okupas.

Allá arriba, donde el cielo está en La Caixa, que financia identidades, las pestes nacionalistas, el sermón independiente, las homilías racistas, nos tienen por segundones de su familia fraterna, alegando unas razones... que cuelgan de su entrepierna.

Laporta quiere votar por su amada independencia. Allí nos quiere llevar, de comparsas del imperio, el que Mas y Zapatero, en mancuerna nocherniega, pactaron en gatuperio. Estuvo aquí no hace mucho como embajador «culé», de ese Reich del cagané, a constatar y a dar fe, de su «taranná» imperial; eso sí, ya que somos como hermanos, del mismo tronco racial, con su pose dialogal nos darán a elegir: o tramuntana o gregal.

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