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El triste papel de la señora Ashton

Egipto y Túnez erosionan la reputación de la responsable europea de Política Exterior, heredera de Solana

Día 03/02/2011

FUE triste lo ocurrido en Túnez y ha sido peor el papel de Catherine Ashton ante Egipto. Hace un año Ashton fue nombrada alta representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad. Ashton debe de tener su mapa apuntado hacia el Polo Norte, aunque pueda localizar Haití, de donde estuvo ausente hace un año, a raíz de los 220.000 muertos del terremoto. La señora Ashton, en resumen, no ha sido una buena elección. Algunos observadores creen que los británicos colocaron esa pieza en el centro de la máquina para intentar paralizarla. No entremos en eso. Pierre Vimont, gran diplomático francés, es segundo de Ashton: antes era embajador de Francia en Washington. Dos buenos profesionales le siguen, el danés Poul Skitte Christoffersen y el británico Robert Cooper, histórico colaborador de Javier Solana. Que Solana fuera el autor del despegue de la política de defensa europea deja escaso margen a su sucesora. La incapacidad de Ashton refuerza el rumor sobre su nombramiento.

Túnez hirvió en diciembre e hizo explosión en enero. Parece que la mujer del presidente Ben Alí tenía interés por llevar consigo un equipaje de 154 lingotes de oro, guardados en el Banco Central. No pudo ser. La indignación tunecina arranca de la escalada de los precios de los alimentos, hace ya dos años.

Ese proceso ha sido seguido con indiferencia desde la mesa de la señora Ashton. La inmolación del joven Mohamed Bouazizi, vendedor de legumbres de Sidi Bouzid, hizo saltar por los aires la paciencia popular. De norte a sur, abogados, estudiantes, maestros se lanzaron a la calle en varias poblaciones tunecinas. Fue entonces cuando el general Rachid Ammar se comprometió públicamente a no usar las armas en la represión. Los civiles pedían la abolición de la censura, incluida Internet: los sitios de la red electrónica fueron liberados el 14 de enero, tras el anuncio del general Ammar, enfrentado a dos grandes colaboradores de Ben Alí, responsables del cerrojo político y mediático, Abdelaziz Ben Dhia y Abdelwaheb Abdallah.

En enero han muerto algunos cientos de egipcios y tunecinos. En los dos países la prosperidad aparente ha dejado a millones en la cuneta. En Egipto casi no hay Sanidad Pública, salvo para viudas, jubilados y funcionarios. En Túnez hay alguna asistencia sanitaria, en nada comparable a la instalada en Europa hace muchos años ya. En Egipto ese hueco lo llenan los Hermanos Musulmanes, organización que ha respaldado en Gaza la formación de Hamás en Palestina.

El carácter pacífico destaca en las dos revoluciones. Hay solidaridad y hermanamiento con los militares. En muchos cruces del Cairo grupos de dos o tres muchachos dirigen la circulación y ayudan a los ancianos a llegar al taxi, tantas veces gratuito. De aquí a las elecciones de septiembre, Mohamed ElBaradei podrá formar un gobierno provisional en el que los Hermanos Musulmanes pedirán alguna cartera. Estos son solo algunos rasgos de lo que vemos en la orilla Sur. Si Ashton quiere vivir de espaldas a la realidad, quienes contribuimos desde Helsinki o Madrid al presupuesto de la UE agradeceríamos unas palabras: solo unas palabras.

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