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Columnas / AD LIBITUM

Recuerdos y fantasmas

Este pacto que ahora tanto alegra a Zapatero, sería aceptable si el paro no siguiera creciendo

Día 03/02/2011

Una noche, en El Cairo, en el arranque de los sesenta, compartíamos té y dátiles, en torno a Victoriano Fernández Asís, unos cuantos jóvenes y nacientes periodistas, José Sotomayor —que ya se fue—, Alfredo Amestoy, Carmen Eulate —de la que no he vuelto a saber—, Florentino López Negrín, Dolores Alonso, Basilio Rogado, Pedro Crespo —que hizo aquí durante mucho tiempo la crítica de cine—, José Luis Blanco y otros tantos que tengo en el corazón y no caben en la columna. Alguien planteó el asunto constante de aquellos años: ¿es posible una democracia en España? Fernández Asís, maestro en la cara y la cruz de la guerra, sabio prudente y espadachín dialéctico respondió con prontitud y precisión: «Es muy sencillo. Solo hacen falta 30 millones de demócratas». naturalmente la conversación cambió de signo y nos concentramos en Nefertiti y otros talentos locales de las más viejas dinastías.

Pasado el tiempo, el que va de un triunfal Gamal Abbdel Nasser a un decaído Hosni Mubarak, reemplazado el té con menta y azúcar por el gin-tonic que marca la moda, Egipto sigue siendo una incógnita y España un problema. ¿Tendremos ya los treinta millones de demócratas que el maestro Fernández Asís consideraba imprescindibles?. Somos más, cuarenta y siete; pero, ¿habrá dos devotos de la democracia por cada tres empadronados? No lo parece. La democracia es todavía una ensoñación, una meta. No se observa en el ánimo cotidiano de los ciudadanos que no se sienten representados por quienes votaron en los últimos comicios y tampoco fructifica en las renuncias que cabría esperar de las autonomías para que, mientras dure la crisis, sea abordable la búsqueda de una solución nacional española, válida para las diecisiete piezas del puzzle territorial.Ayer, en el acto pretendidamente solemne que, en La Moncloa, firmaron los sindicatos y el Gobierno para rematar el pomposamente llamado pacto para las pensiones, volví a sentir la sensación de hace medio siglo junto al Nilo, pero cabe el Manzanares. ¡Qué lejos seguimos estando de una España cierta, rotunda y eficaz! Los pactos no son, por ser pactos, ni buenos ni malos y este que ahora tanto alegra a José Luis Rodríguez Zapatero, sería aceptable si el paro no siguiera creciendo y la Seguridad Social adelgazando. Tan espiritista resultó el cuento que Zapatero, en trance, escuchó las voces de un banquero continental y los coros de ángeles que suelen acompañar a los buenos socialistas que se entregan al bien de su pueblo. No. Todavía no debemos tener los treinta millones de demócratas que el viejo y desaparecido maestro consideraba imprescindibles para empezar la tarea.

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