Hazte premium Hazte premium

La «primavera egipcia» se convierte en una caótica batalla campal

Partidarios de Mubarak se enfrentan a palos y pedradas con quienes exigen el fin del régimen. Tres fallecidos porla violencia, que siguió toda la noche

Egipcios a dentelladas contra egipcios. La «Intifada de los libres» fue embestida el miércoles por un ciclón humano de partidarios de Hosni Mubarak que rompió el asfalto con picos, con palos, a puñados con sus propias manos, para agarrar los cascotes y lanzarse con ellos a la conquista de la Plaza de Tahrir. El símbolo del levantamiento ejemplarmente pacífico contra el tirano iniciado el 25 de enero. «El presidente no se va, os vais vosotros, defenderemos a Mubarak con nuestra sangre», fue el aullido de guerra de la masa leal al presidente en su ataque escalofriante, que chocó una y otra vez contra los manifestantes contrarios al régimen en una lucha de fieras con tres fallecidos y más de 600 heridos, según datos oficiales (1.500 según un médico de un hospital de campaña). La «revolución más nobles de la historia egipcia», como escribía la columnista Fatima Nahoud, la de la juventud clamando por sus derechos, se ahogaba en una confrontación civil fuera de control.

Todo estuvo a favor de los alborotadores. Docenas de ellos irrumpieron en el centro de la capital repartiendo latigazos salvajes a caballo y montados al galope en camellos sin ser detenidos en ningún punto de control militar. Si alguien caía al suelo, era pateado en la cabeza sin compasión. Equipos enteros de periodistas extranjeros fueron «linchados». Nunca apareció la policía. El régimen mantuvo a los agentes fuera de las calles. El Ejército que custodiaba el Museo del Cairo tampoco intervino durante horas, dejando que los dos bandos se retaran y se batieran delante de los soldados. Y cuando fueron a separarlos ya era demasiado tarde. Interpusieron una barrera de camiones militares que acabó siendo pasto de los cócteles molotov que llovían junto a muebles, ladrillos y barras de hierro desde los tejados de los edificios. Varios cócteles molotov cayeron en el jardín del Museo Egipcio. Las tropas dispararon al aire mientras trataban de apagar con cañones de agua las llamas que incendiaban la fachada lateral. Nadie escuchó las órdenes del Ministerio de Defensa de volver a casa.

«Este es el caos que Mubarak quería, ese maldito arrojó primero a sus antidisturbios y ahora a sus matones para asesinar el cambio. ¿Qué malnacido sacrifica a un pueblo para salvarse a sí mismo?», clamaba Ahmad el Kanter, un activista llegado de Giza, —decía— «con la orden de mi madre de no volver hasta que no haya echado a ese sátrapa». Pero el régimen se sentía fuerte. Y tomó la iniciativa para advertir a través del vicepresidente Suleiman, que sólo habrá negociación con las fuerzas políticas cuando acabe la revuelta. Un ultimátum.

El movimiento pacífico surgido hace nueve días parecía poner contra las cuerdas a Hosni Mubarak el martes con una tercera manifestación gigantesca, que fue contestada casi a media noche por el mandatario con el mensaje de pesadilla de que seguirá aún varios meses en el poder. Ese martes, ya una primera y limitada marcha a su favor se ensayó al pie del edificio de la televisión estatal, bien visible para las cámaras de la propaganda y convenientemente entrenada para proclamar «amor y larga vida al héroe de Egipto, Mubarak».

Pero lo del miércoles fue de una orquestación obscena y abrumadora. Si hubo una declaración de las autoridades egipcias, fue sólo para negar que hubieran puesto a sus agentes secretos de paisano y a sus mercenarios de seguridad guiando a esa multitud violenta e iracunda que avanzó por la mañana hacia la plaza de Tahrir. Contra eso, lo cierto es que las mareas de gentes llegaban por oleadas ordenadas, conducidas en grupos por individuos que adoctrinaban el cántico, —«No se va a ir», «Mubarak significa seguridad», «Sí, sí Mubarak»—, y les repartían banderas.

En la cadena Al Yasira, un egipcio aseguró tener en su poder carnés policiales arrebatados a los presuntos atacantes y que varios de ellos se habían entregado a los soldados. En la web opositora «Seguimiento» —porque ayer internet volvió a funcionar en todo Egipto—, aparecieron videos donde se veía bajando directamente de coches oficiales de policía a quienes después desplegaron pancartas de fábrica, —«Gracias señor presidente por todas las decisiones correctas», se leía en una de ellas—, e imágenes gigantográficas de cuatro metros cuadrados con el presidente sonriendo.

Jinetes de las pirámides

«No me han pagado, si me quisieran dar 50 libras por defender a mi rais no las cogería», desmentía a este diario un carpintero de nombre Halib. A los de los caballos, parece que sí. Un grupo de Facebook señalaba por la tarde a un parlamentario y miembro del Partido Nacional Demócrata de Mubarak, Kamel el Gabri, como la persona que, horas antes, había «contratado» en el barrio pobre de Nazlet El Semman a los jinetes, los mismos que ofrecen sus monturas a los turistas en los alrededores de las pirámides.

Los que siguen queriendo librar a Egipto del puño de su raís han convocado para mañana a través de las redes sociales «el viernes de la salvación» en las calles. El Gobierno egipcio, a través de su Ministerio de Asuntos Exteriores, reaccionó contra los países extranjeros que están defendiendo las demandas del pueblo, y concretamente contra la Unión Europea. Les conminó a que «se ocupen de sus asuntos». «Buscan el protagonismo en cualquier situación y meten las narices en la situación que vive Egipto», condenaba en un comunicado el régimen de Hosni Mubarak.

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación