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Columnas / AD LIBITUM

La grandeza del desahuciado

El cúmulo de alabanzas sin sustancia que ayer le prodigaron los suyos a Zapatero no es señal de buena salud política

Día 30/01/2011
«PALOCORTAO», un amigo gaditano que hace honor, en elegancia, y sutileza, al vino de Jerez del que toma su nombre de guerra, dice que lo mejor de Manuel Chaves, el vicepresidente que no se sabe para qué sirve, es el peinado. Pudiera ser porque sus ideas se corresponden con las de los mosquitos, duelen, vuelan y molestan por su inoportunidad. En Zaragoza, donde el PSOE trata este fin de semana de recordarse a sí mismo que es un partido político y no una casa de asilo para líderes desamparados, Chaves, en su condición de presidente de la formación socialista, ha elogiado a José Luis Rodríguez Zapatero por «la grandeza de su liderazgo». Como nos enseñaron Epi y Blas en Barrio Sésamo, se es grande en relación con lo pequeño; pero si la grandeza del todavía presidente del Gobierno reside en su capacidad de liderazgo, ¿cuáles son su miseria y pequeñez?
También en Zaragoza, donde hoy se les aparecerá a los barones y dirigentes socialistas lo que queda de Zapatero —poca cosa—, ha dicho José Blanco que se siente orgulloso del presidente: «No conocí un socialista mejor nunca». Blanco, contra lo que cree la mayoría, es mucho más astuto que Alfredo Pérez Rubalcaba, el presunto sucesor, y no se equivoca al colocar al de León en lo más alto del mérito socialista. Es un ejercicio de humildad personal y militante, de disciplinado acatamiento al jefe y adaptación a las circunstancias; pero escalofría pensar, si Zapatero es el mejor, cómo serán los peores.
En España, dado el carácter de los españoles, el cúmulo de alabanzas sin sustancia que ayer le prodigaron los suyos a Zapatero no es señal de buena salud política. Antes bien, parece el inicio de una salmodia responsorial que irán continuando quienes son y quieren seguir siendo para hacer ver su mucho amor al presidente que, con imperceptibles excepciones, todos tratan de levantar de la silla, sacar de La Moncloa y evitar su estorbo electoral. Aquí, más solos que los muertos se quedan los perdedores y no existe la posibilidad, ni remota, de que en su tránsito acompañen al todavía líder socialista las viudas y deudos dispuestos a inmolarse en su propia pira. En el socialismo español ya solo interesa quién resultará ser el sucesor de Zapatero —no necesariamente su heredero— y, salvo en caso de enajenación mental colectiva, ese nombre no saldrá de su actual y próxima compañía. Los cambios tienen que parecerlo para merecer el respeto de quienes, como espectadores, están hartos del espectáculo y, como votantes, del fruto de sus votos. Zapatero es grande en Zaragoza y lo es para Chaves, su peluquero y Blanco. ¿Para muchos más?
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