Del amor y su mística

Gran conocedor de la cultura clásica, Emilio Pascual se acerca en El número de la Bella al mundo medieval, muy popular por la avalancha de obras surgidas de El nombre de la rosa. Aunque ambientada en un monasterio, ningún lector debe caer en la tentación de ver  dependencias del autor italiano en la novela de Emilio Pascual, obra de complejo trasfondo cultural y de forma muy original: buena parte de la narración está veteada de referencias literarias que van desde los evangelios hasta Jorge Guillén o Gamoneda (presente como Asfodelario y citado a través de su Libro de los venenos)  sin olvidar a Garcilaso, Fray Luis, Santa Teresa, San Juan de la Cruz, Medrano, Quevedo... Se trata de un curioso aprovechamiento de la intertextualidad, con un  hondo sabor estético.

Ambientada a finales del siglo VIII, la trama es convencional: el Obispo Eterio de la Diócesis de Osma (enterado de la muerte de Beato de Liébana, su maestro) envía al diácono Siricio para que averigüe cómo fueron los últimos años del abad. En un segundo plano narrativo, el hallazgo en el siglo XVIII, en el pueblo palentino de Valcavadillo, de un extraño manuscrito plantea un enigma: los protagonistas de la confesión que esconde el manuscrito son los mismos de los que habla Siricio en su informe al obispo Eterio. Esta coincidencia es un anticipo de los múltiples recursos y técnicas de la novela. De alguna manera, todo es un juego en el  que los abundantes guiños culturales obligan al lector a seguir las páginas con atención. No hacerlo equivaldría a correr el riesgo de minusvalorar su atractivo.

La voz del narrador ofrece frecuentes variantes, muy sutiles en ocasiones, lo que enriquece la perspectiva de cada momento. Aunque el Monasterio de Liébana es el escenario esencial, Burdeos, Tours, Aquisgrán, Roma y, de forma especial, Valcavadillo, son hitos sentimentales. El escenario sólo alcanza su condición precisa cuando lo es del sentimiento. Esencialmente, El número de la Bella es una novela de amor, que en la obra alcanza connotaciones trascendentes a la luz del Cantar de los Cantares. La relación entre Memorio  y Zoraida  sustenta  la obra. Memorio es el maestro de lectura, pero los textos utilizados para tan sutil ejercicio convierten a su alumna Zoraida en la fuente y destino de su amor. El Cantar de los Cantares, con los comentarios de Orígenes, es el camino del aprendizaje intelectual, pero sobre todo afectivo. La asimilación del texto bíblico calará tan hondo en ellos que sus diálogos serán una bellísima paráfrasis del Cantar... y, probablemente, las páginas más brillantes de la novela. No falta una sutil comparación lingüística con inesperados resultados: el léxico árabe es mucho más rico en sus denominación erótica que el castellano, balbuceante todavía en su torpeza de lengua en formación. Tal vez Memorio sea sobre todo el testimonio de que (lo mismo que la ley y los libros de los profetas se resumen en el mandamiento del amor) toda la Biblia se resume en un libro: el Cantar. Al mismo tiempo, esta relación entre personas de culturas diferentes es símbolo de una actitud testimonial, la rebeldía contra el fanatismo y cualquier imposición dogmática; un testimonio que valora de forma positiva el saber monástico, con tanta frecuencia vilipendiado.

Las múltiples aportaciones de la obra hacen imposible su relación: el amor, la ciencia, el mito de la doncella guerrera, el recurso del manuscrito encontrado, el peregrinaje, el perspectivismo y una abrumadora cultura aprovechada como recurso estilístico. Todo ello convierte El número de la Bella en una novela intensa, profunda, riquísima en recursos expresivos y alusiones clásicas, de categoría superior a las que ofrece habitualmente el panorama nacional.