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Columnas / UNA RAYA EN EL AGUA

Expiación y culpa

La filtración de la retirada de Zapatero tiende a mitigar el impacto electoral de la reforma de pensiones

Día 28/01/2011
PARA tratarse de una casualidad resulta demasiado casual que ciertos miembros del Gobierno comiencen a filtrar la retirada irreversible de Zapatero el mismo día en que éste cierra el acuerdo para recortar las pensiones que había jurado por sus principios no tocar. Si no es una estrategia lo parece mucho: el anuncio oficioso de que el presidente no repetirá como candidato tiende a mitigar con un efecto purificador el demoledor impacto electoral de la reforma de la jubilación y a presentar al autor de la medida como un sacrificado reformista dispuesto a inmolarse por el interés general. Él no puede comunicarlo de primera mano porque en ese momento volaría en pedazos el último tramo de la legislatura en medio de un vacío de poder, pero sus arúspices se lanzan a aventar la certeza de que no repetirá candidatura para aventar los recelos de unos votantes desmovilizados ante las municipales y autonómicas de mayo. Y el visto bueno final de los sindicatos permite presentar como un éxito el ajuste duro que hace menos de un año constituía la infranqueable línea roja del zapaterismo. Éxito quizá sea, objetivamente, para un país que necesita de estas dolorosas reformas para apuntalar su crítica situación de emergencia financiera; para el líder que las señaló como la última frontera de su resistencia moral constituyen, sin embargo, el fracaso terminante de un liderazgo sin brújula. Sólo ha acertado, y a medias, cuando se ha visto obligado con máxima crudeza a llevarse la contraria a sí mismo.
Nadie mejor que los propios socialistas conoce la profundidad social de esta reforma jubilar que puede resumirse en un futuro inmediato con menos pensionistas cobrando menos dinero. Un tajo seco aunque necesario al Estado del Bienestar, que acaso hubiera podido ser más leve o llevadero de no haber mediado la catastrófica política de gasto desarrollada por culpa de un cálculo irresponsable de la importancia de la crisis. La ufana socialdemocracia proteccionista ha acabado claudicando en un naufragio de recortes forzados por su propia incompetencia, y sus dirigentes son plenamente conscientes del coste político de ese desengaño. Por eso la coincidencia —deliberada o contingente, táctica o impremeditada— entre las filtraciones del próximo abandono presidencial y la penosa arriada de esta bandera simbólica representa una suerte de acto de contrición, una admisión de culpa que aspira, en el fondo, a aliviar la penitencia electoral mediante la consumación expiatoria de un sacrificio. Falta por saber si será suficiente para moderar el previsible castigo. Probablemente sea demasiado tarde; en la política de partidos, por acentuados que sean los liderazgos personales, las responsabilidades y las culpas suelen recaer en sujetos colectivos.
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