Un enero como el Everest
Parados y pensionistas —muchos de los primeros sobreviven gracias a la ayuda de los segundos— afrontan sus días más difíciles y un futuro incierto
Por M. Á. Barroso , Por M. Á. Barroso , Por M. Á. Barroso y Por M. Á. Barroso
Alejandra, dos años, sopla el arito para hacer pompas de jabón. La niña mira fascinada cómo las pompas se arraciman, se separan, se elevan lentamente... y explotan, casi una metáfora de la situación laboral de sus padres, una burbuja que desapareció en el aire llevándose ... un tren de vida que hoy parece un sueño. «Hace unos años podíamos gastarnos 100.000 pesetas en Navidad. Ahora tenemos que mirar cada euro».
El drama para los treintañeros Jesús e Isabel empezó a finales de 2008, cuando la crisis del ladrillo hizo descarrilar a Jesús, solador, alicatador y escayolista, es decir, un tipo que hace el trabajo fino cuando el esqueleto está en pie. «Al hablar de la construcción se piensa habitualmente en albañiles y jefes de obra, pero es un sector amplísimo que afecta a muchos campos: reforma de interiores, electricistas, fontaneros, fabricantes y vendedores de muebles... Mi empresa daba empleo a 200 personas y tuvo que despedir a la mayoría».
A Isabel, administrativa de seguros, le llegó la mala hora en febrero de 2010. Desde entonces, un curso, varias entrevistas y alguna oferta para campañas de telemarketing . Ahora ya ni suena el teléfono. «Tengo una buena trayectoria en el sector de los seguros, pero carezco de licenciatura. Y hay muchos licenciados en paro con más posibilidades que yo de encontrar trabajo», confiesa.
Jesús recuerda los buenos tiempos, no tan lejanos, en los que su mujer y él podían permitirse el lujo de salir casi todos los fines de semana a una casa rural. Ahora han llegado a plantearse, incluso, marcharse de Madrid e irse a vivir a un pueblo, donde los gastos serán menores. Su pequeña Alejandra, feliz en la guardería parroquial en la que está matriculada, frena la decisión: no quieren sacarla de su entorno. «Vivíamos de alquiler y estábamos a punto de comprar un piso. Entonces acabamos en la cola del paro. Casi tuvimos suerte... porque conocemos gente que ha visto cómo sus viviendas eran subastadas por menos dinero de lo que costaron. Mi madre nos ha realojado».
En esta cuesta de enero dura como el Everest, con reducción de prestaciones sociales y subida en el precio de la luz, de los transportes, de tantas cosas, muchos pensionistas —con la soldada congelada— se han convertido en los sherpas de sus hijos para que puedan afrontar la ascensión. «Tengo redactados cuatro currículums diferentes para abrir el abanico: de camarero, de comercial (aquí me exigen experiencia)...», añade Jesús. «Cuando estábamos más ahogados me ha surgido una oportunidad en algo relacionado con lo mío. No sé lo que durará; de momento, nos permite respirar. Para los gastos tiramos de visa , pero nos matan a intereses...».
Del éxito al albergue
«Disfrutaba de un empleo fijo y bien remunerado en una multinacional. Ocupaba el cargo de director general y tenía una treintena de personas a mi cargo. He viajado por medio mundo y trabajado en distintos países; de repente, pasé a no disponer de un techo donde cobijarme». Es el testimonio de Pedro, licenciado en Comunicación y Marketing, un argentino asentado en nuestro país desde hace dos décadas, que vio con asombro cómo su vida dio un vuelco inesperado.
Este ex yuppie, de 49 años, casado y con tres hijos que residen en España, conserva intactos sus modales y apostura derivados de su exquisita educación. En el albergue Luis Vives de Madrid, que se ha convertido en su casa desde hace unos meses, destaca por todo ello. «He estado a punto de acabar en la calle. Pero siempre ha pasado algo que lo ha impedido», comenta, circunspecto y afable.
La cruz empezó para él hace año y medio. «Aterricé en España de nuevo después de haber estado destinado en el exterior. La recesión ya existía, pero jamás imaginé que sería tan grave. Mi sector fue el primero que sufrió sus devastadoras consecuencias, porque las empresas dejan de invertir en publicidad y mercadotecnia por falta de liquidez». Las malas noticias llegaron de forma paulatina, pero implacable. «Durante un tiempo pude sobrevivir como freelance y como autónomo, pero pronto la situación se hizo insostenible, así como los problemas familiares».
Separado de su esposa, vivió en pisos compartidos, pensiones, albergues... hasta que acabó en el Luis Vives, destinado a quienes están en vías de reconducir su situación. Pero falta el sustento.Esta caída en picado me provocó una depresión. Sin vivienda, sin ingresos... es muy duro. Te sientes perdido en la burocracia. Es un mundo nuevo. No sabía dónde ir ni a quién acudir; tampoco moverme en los servicios sociales...». Subraya que lo primero que hay que hacer es asumir la realidad. «Si no, vas dando palos de ciego. No hay que machacarse o culparse, el fracaso no es tuyo, es de la sociedad; el problema es cómo la propia sociedad maneja el asunto».
«Una ayuda, no una limosna»
Reconoce que no es fácil aceptar que lo ha perdido todo. «Me he sentido apartado, al borde del abismo, sin sitio entre la colectividad, con miedo. La sensación es la de estar en el filo de la navaja, en un callejón sin salida que podía llevarme a caer en la drogadicción o tener problemas de salud mental». Recibe terapia psicológica dos veces por semana para no sentirse avergonzado, ser valiente y mirar de frente al mundo para poder afrontar su futuro con otra perspectiva. «No me puse ningún careta. Lo más difícil fue hablar con mi familia y con mis hijos. Eso me dio más fuerza».
Pedro destaca el papel de los trabajadores sociales, su calor humano, el apoyo y amparo que brindan a personas como él. «Me han ayudado a no estar en la calle. Estoy convencido de que la ayuda que estoy recibiendo no es un regalo ni una limosna. Todos pagamos impuestos y es justo que recibamos una prestación a cambio». Le falta poco tiempo para dejar el albergue y volver a empezar. Se ha volcado en las ONG y el voluntariado con diseño de páginas web , blogs y perfiles de Facebook. Con ello intentará ganarse la vida. «Aunque ya no podrá ser como antes, eso lo tengo asumido. Cuando te pasa algo así lo reconsideras todo».
Síndrome del nido... lleno
Alboroto en un pequeño salón de actos en el centro de Madrid. Tarde de tómbola. Medio centenar de asociados de la Unión Democrática de Pensionistas y Jubilados (UDP) pasan el rato en un ambiente festivo. Luego irán a tomar chocolate con churros. Pero antes, ABC «recluta» a un grupo para hablar de la situación. Hay de todo: algunos con autonomía y pensión adecuadas, y otros que pasan apuros económicos. También hay sherpas que llevan la carga de familiares más jóvenes en esta cuesta y las que vengan. «Con mi pensión mantengo a mi hija, mi yerno y dos nietos», se lamenta Antonio. El caso es tan frecuente que el síndrome del nido vacío necesita una revisión; la sensación de soledad ha sido sustituida por el agobio de tener que afrontar gastos extra y paliar el golpe moral que sufren los vástagos. En la España de la no-crisis que se transformó en crisis, los nidos vuelven a llenarse. Angelina, vicepresidenta de UDP Madrid, también lo ha experimentado. «No me parece mal que el Gobierno nos pida que pongamos nuestro granito de arena, pero hay gente con pensiones mínimas que ha tenido que hacerse cargo de los gastos de sus hijos en paro; y no hablemos de las viudas», señala. «¿Sacrificios? Vale. Pero que los políticos metan mano en el gasto de las comunidades autónomas, que reduzcan coches oficiales, asesores, secretarios, ayudantes de secretarios...».
Jesús recuerda cómo siendo funcionario del Ayuntamiento de la capital ya le congelaron el sueldo. Ahora lo han hecho con su pensión. «Así es muy complicado afrontar la carestía de la vida.
«Con la subida de la luz y el gas nos va a salir más a cuenta pasar la tarde en una cafetería con un libro que quedarnos en nuestra casa»
Suben el IVA y el IPC, y se nota en la cesta de la compra. Quizás los gobernantes deberían bajar más a la calle para conocer la realidad». Josefina, después de trabajar más de cuatro décadas en una escuela de idiomas, se queja de la poca renta que le ha quedado. «Mi marido, además, tuvo la mala idea de hacerse autónomo...». María se jubiló a los 60 y perdió un 40 por 100 de su retiro. «Ahora me faltan agujeros para atarme el cinturón». Rosa señala directamente al presidente Zapatero, «que nos ha hecho mal por todo. Con la subida de la luz y el gas nos va a salir más a cuenta pasar la tarde en una cafetería con un libro que quedarnos en nuestra casa».
Pero no todos atacan al Ejecutivo. Manuel, con una buena pensión, cree que «Zapatero no tiene la culpa de la crisis, y no hay que hacer mala fe por todo. Cuando no se tomaban medidas, malo; y ahora que se toman, peor». Amparo, que ha sido autónoma toda la vida y ahora tira de ahorros, considera que «en momentos de gran necesidad es importante ser solidarios en el esfuerzo. Si es difícil sacar adelante una familia, mucho más un país. Hay que ayudar a los gobernantes, porque es la única manera de salir de la crisis». Las palabras de Amparo suscitan controversia entre sus compañeros. «Cada uno cuenta la feria tal como le va en ella», dice una voz.
Activos en el consumo
Fundada en 1977, UDP es la primera confederación de mayores del país. En la actualidad engloba más de 2.300 asociaciones y cerca de 1.500.000 asociados de todas las comunidades autónomas, con presencia también en varias ciudades de otros países europeos y americanos. José Sierra, presidente de UDP Madrid, piensa que España atraviesa «una situación crítica». «Al Gobierno no le ha quedado más remedio que pedir renuncias a la sociedad y ha mirado a los más débiles. Es vergonzoso que utilice a los pensionistas para tratar de bajar el déficit público mientras se inyecta dinero a los bancos y las grandes corporaciones siguen haciendo caja. La percepción de que los jubilados somos personas pasivas es falsa: somos activos en el consumo».
En el arranque del año ha adquirido protagonismo la negociación para fijar la reforma del sistema de pensiones. UDP señala que las dos grandes medidas puestas sobre la mesa, jubilación a los 67 años y ampliación del periodo de cálculo, suponen una pérdida en los derechos de la mayoría de los ciudadanos, que tendrán que trabajar más, seguramente para cobrar una pensión menor. El problema añadido, además, es que los jubilados del futuro son los parados del presente, personas sin horizonte laboral que viven —muchas de ellas— en casa de sus padres pensionistas en la cuesta de enero más dura de nuestra reciente historia.
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