Marta Ornelas, la fiel consejera

Dicen que detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer. En este caso se llama Marta Ornelas, que decidió colgar su carrera de soprano (en 1961 obtuvo en México el premio a la mejor voz mozartiana por su interpretación de Susanna en «Las bodas de Fígaro») para ocuparse de la familia. «Yo era soprano y tenía mis propios anhelos —confesaba en una entrevista al hablar sobre su relación con Domingo—. Nos empezamos a tratar y luego, en 1962, nos casamos. Después nos trasladamos a Tel Aviv, donde estuvimos dos años y medio, y allí realizamos entre 10 y 12 funciones al mes». Al poco tiempo la carrera de Plácido Domingo daría un salto y llegarían los hijos «y entonces fue cuando decidí abandonar la mía. Pero en ningún momento supuso un sacrificio, porque los dos éramos conscientes de la imposibilidad de compatibilizarlo todo. Al contrario —subraya—, desde la perspectiva que me ha dado el tiempo, sigo creyendo que fue lo mejor».

Así, la trayectoría del tenor fue creciendo y la familia también. En 1965, nacía el primer hijo de la pareja, Plácido, y segundo para el tenor que ya tenía otro de un matrimonio anterior (se casó a los 16 años y a los 17 tuvo a su primogénito, José Plácido Domingo Guerra, que le convertiría en abuelo a los 33 años). Conoció a su primera esposa,la pianista Ana María Guerra Cué, en el Conservatorio Nacional de Ciudad de México. Allí también encontró a la segunda y definitiva, Marta Ornelas. En 1968, nacería Álvaro.

Pero, ¿quién es la mujer que acompaña casi cada paso del tenor? Nacida en Veracruz, en el seno de una familia interesada por las artes, Marta Ornelas comenzó a estudiar piano, composición, arte y pintura con apenas ocho años. Después ingresaría en el Conservatorio, donde se centró en el repertorio mozartiano y el lied alemán. Su breve trayectoria incluye títulos como «Così fan tutte», «El barbero de Sevilla», «Carmen», «Don Giovanni» o «La Bohème».

Lejos de ser una mujer en la sombra, Marta Ornelas ha estado siempre ahí, al lado de su esposo, cuidando de que todo funcionara a la perfección. Quienes trabajan cerca de Domingo saben del peso que tiene incluso en las decisiones artísticas. Algo que reconoce el propio tenor. «Ella me aconseja. Ve las cosas de una manera muy clara. Sería excelente en cualquier teatro para controlar todo lo que va mal sobre un escenario. Tiene grandes conocimientos y sensibilidad», confiesa. Unos conocimientos que Marta Ornelas —o Marta Domingo— ha ido cultivando a lo largo de toda su vida. Primero durante su trayectoria y después a través de los viajes y de cada nuevo reto que ha afrontado el tenor.

A comienzo de los años noventa, con los hijos ya crecidos, la esposa y madre decidió volver a los escenarios pero como directora de escena. En 1991 debutaría en Puerto Rico con «Sansón y Dalila». Después llegarían la «Traviata», que realizó en Sevilla; «La Rondine» en Bonn, Los Ángeles, Washington y Varsovia; y su debut en el Met de Nueva York, con el estreno en Estados Unidos de la ópera «Sly», de Wolf Ferrari. Sobre esta nueva faceta artística, aseguraba en 2000, en su visita a la capital hispalense, donde montó «Traviata», no haberse marcado metas. «No aspiro a hacer una carrera, ni busco trabajo. Mis ambiciones en la vida están más que satisfechas. Me siento muy afortunada por poder realizar estos montajes en las condiciones adecuadas y así transmitir toda la experiencia que he acumulado en años de convivir con Plácido y los escenarios».