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Columnas / EL BURLADERO

Los presidentes energéticos

¿Por qué le tenemos tanto miedo a que haya vida después de la política? Debe de ser que consideramos nuestros sus conocimientos

Día 14/01/2011
ME los imagino a los dos con la carpetilla bajo el brazo llamando a los timbres de cada bloque para cobrar los recibos de Gas Natural y de Endesa. Ring-ring; dígame; el cobrador de la luz; espere un momento que ahora le abro. Así se cobraban los recibos antes de que fueran domiciliados en los bancos, acuérdense. Desde entonces desaparecieron los cobradores a domicilio (hoy sólo quedan los de algunas hermandades de Semana Santa). Aznar y Felipe, Felipe y Aznar, ya mayorcitos y en perfecto uso de razón, han decidido que, después de haber presidido dos épocas muy concretas de la historia de España, pueden presidir su vida sin tener que dar excesivas explicaciones a nadie, y, en función de ello, han sido contratados por dos empresas privadas para que vuelquen en ellas sus conocimientos organizativos y sus contactos internacionales. ¿Qué tiene ello de malo? ¿Qué razón impide que, tras haber gestionado los asuntos públicos españoles no puedan colaborar en la gestión de los asuntos particulares de unos cuantos de miles de inversores? ¿Acaso tienen que convertirse en unos eremitas sin más interés por la vida pública que la meramente filantrópica? Haber sido presidente del gobierno en España —y tal vez en otros lugares más— comporta una suerte de monacato inducido que no se compadece en exceso con la vida moderna: parece una obligación que si usted ha sido presidente español deba entender que ya no puede ser nada más, y que, si lo es, corra el riesgo de que le acusemos de ser un «aprovechategui» de primer orden. Haber reorganizado el sector minero y metalúrgico, caso de Felipe, o haber puesto en valor empresas de sector público español, caso de Aznar, parece que sean acciones sin valor, decisiones tomadas con la facilidad de un gin tonic de media tarde, cuando todos sabemos que hay pocas determinaciones privadas que comporten la magnitud de esas directivas gubernamentales. Como parece lógico, el día que ambos presidentes abandonan el Palacio de la Moncloa sienten
una corriente alterna que va desde la pesadumbre de dejar el poder hasta el alivio de abandonar un potro de tortura innegable. Y después de ello la vida, aunque parezca raro, sigue para ambos, es decir, tienen que comer todos los días del alimento vitamínico elemental y del alimento profesional de quien ha gestionado una empresa de cuarenta millones de ciudadanos. ¿De veras es tan grave que Felipe González obre de asesor de Gas Natural cobrando un sueldo equivalente al de un miembro cualquiera de un consejo de administración de campanillas, siendo como ha sido presidente durante catorce años del gobierno de la octava —o décima— potencia industrial del mundo? ¿Quieren decirme qué tiene de criticable que el presidente que sacó del pozo la España de los noventa y pico asesore en su vertiente hispanoamericana a una empresa como Endesa de cuyos dividendos comen tantos accionistas? ¿Por qué le tenemos tanto miedo a que haya vida después de la política? Debe de ser que consideramos nuestros sus conocimientos y que creemos que nos corresponde una derrama de los beneficios que reporta su experiencia. De no ser así, no se entiende que se les atice sin consideración y que se sospeche permanentemente del derecho que tienen a enriquecerse legalmente mediante su trabajo. Los dos. No sólo Aznar, como insidiosamente sugiere Ramón Jáuregui: Felipe se lo lleva calentito y tiene derecho a ello, aunque el falso puritanismo de la izquierda más hipócrita manifieste lo contrario. Que ganen lo que puedan y que con su pan se lo coman. La pregunta, no obstante, es: ¿quién contratará a ZP cuando deje de ser presidente de este cafetal? Vaya usted a saber.
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