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LA RESTAURACIÓN

SI alguna imagen resume a la perfección la vuelta de CiU al gobierno de la Generalitat esa es la entrada triunfal de Lluís Prenafeta, el que fuera mano derecha de Jordi Pujol durante los primeros gobiernos convergentes, por la alfombra roja de la plaza Sant Jaume, ovacionado por los militantes de CiU —la mayoría de ellos «estelada» en mano, los mismos que una hora más tarde vitoreaban a Artur Mas al grito de «independencia» el día de su investidura como presidente—.

El ex conseller de Jordi Pujol, imputado en el «caso Pretoria» junto al convergente Macià Alavedra y los socialistas Bartomeu Muñoz y Luis García, actualmente en libertad bajo fianza, entró como un héroe en el acto de investidura de Artur Mas, con lugar de honor en el salón de actos incluido. Prenafeta, mezclado entre nuevos consejeros, el presidente Mas y el ex presidente Pujol y sus familias, simboliza la restauración del oasis catalán. Muchos de los que estuvimos en aquel acto compartíamos una sensación: los amos de la masía habían vuelto a casa. Allí estaba Pujol, el profeta del nacionalismo catalán, quien inventara ese eufemismo separatista de la «construcción nacional», capitalizando junto a Josep Duran Lleida y todos los antiguos consejeros y amigos de la era pujolista el triunfo de Artur Mas, para que quedara bien claro que Mas era el cabeza de cartel, pero el triunfo —como algunos ya advertíamos durante la campaña electoral— era del pujolismo, que retomaba el poder con el fin de instaurar la perversa confusión de Catalunya con CiU y el nacionalismo.

Pero la restauración no solo viene marcada por el continuismo en las caras de algunos consejeros, sino también por la deriva del discurso de Artur Mas, cada vez más tribal, más esencialista, más nacionalista y menos pragmático y moderado. La transición nacional, el derecho a decidir, la plenitud nacional, que los estados y las personas perecen pero las naciones milenarias como Cataluña perduran; son algunas de las joyas mitológicas que le hemos escuchado en los últimos discursos a raíz de su investidura. Parece que Mas pretende demostrar que ha vuelto la dinastía legítima, la heredera de las esencias de la patria catalana, y que ya se marcharon los aprendices de brujo y los nacionalistas de segunda con acento cordobés. Y es que, lamentablemente, el nacionalismo con peor o mejor tradición, con peores o mejores trajes, con peor o mejor acento catalán, sigue gobernando Catalunya después de 30 años.

Y hay que reconocer que ese es el gran logro de Jordi Pujol, que ha conseguido con su astucia que los socialistas, lejos de ser alternativa y abrir una etapa postnacionalista y de reconciliación con el conjunto de España, hayan optado por intentar ser una mala copia del victimismo nacionalista, cavándose así su propia tumba con la fórmula tripartita.

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